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Todo el mundo tiene claro que los franceses son muy suyos. Ser muy suyo no es algo a lo que todos los países puedan aspirar. Por eso mismo es lógico que al extranjero le defraude la falta de un carácter unánimemente común digno de merecer la denominación de "muy suyo". Vale que algunos españoles son muy suyos (Jesús Caldera, por ejemplo), pero la suma de individuos altera el resultado. No es ningún drama: salvo honrosas excepciones, usamos la expresión "muy suyo" como eufemismo de cosas que, descritas con mayor precisión, sonarían peor. Es más: tal y como se están poniendo las cosas en España,...

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Todo el mundo tiene claro que los franceses son muy suyos. Ser muy suyo no es algo a lo que todos los países puedan aspirar. Por eso mismo es lógico que al extranjero le defraude la falta de un carácter unánimemente común digno de merecer la denominación de "muy suyo". Vale que algunos españoles son muy suyos (Jesús Caldera, por ejemplo), pero la suma de individuos altera el resultado. No es ningún drama: salvo honrosas excepciones, usamos la expresión "muy suyo" como eufemismo de cosas que, descritas con mayor precisión, sonarían peor. Es más: tal y como se están poniendo las cosas en España, parece inconveniente ser "muy suyo", ya que las diferencias entre territorios, historias y culturas impiden esa uniformidad tan ansiada por algunos y que nos retrotrae a una época en la que fuimos, además de espantosamente nuestros, unos, grandes y libres. Otra cosa distinta es que los demás nos vean como algo raro. Pero de allí a ser "muy suyo" hay un trecho.

Y, además, ocurre que, dentro del mismo territorio administrativo, unos piensan que los vascos, pongamos, son muy suyos. ¿Lo son? Cuanto más lo repetimos, más corren el riesgo de parecerlo, con lo cual podría resultar que, en el fondo, ser muy suyo equivalga a no ser como otros quieren que seas. No sé si me explico. Aunque, como dice el tópico, no se puede generalizar (ni siquiera diciendo que no se puede generalizar), y cada uno acabará viendo las cosas según el color del cristal de las gafas fashion con que las mire. La prueba: la caricatura no sólo la practica el equipo visitante, sino también el local. Basta ver los telediarios para darse cuenta. Y otros ámbitos de la ficción televisiva tampoco son ajenos a esta interpretación de España. Tomemos un clásico: la serie Dartacán y los tres mosqueperros. En el capítulo en el que Dartacán y su peña viajan a España, la imagen que se da del país rebosa tópicos. Al cruzar los Pirineos, los héroes son asaltados por cuatreros de etnia gitana. Luego, tras cruzar paisajes con castillos y molinos de viento, el mosqueperro Dogos salva a un nativo del peligro de un toro suelto y es seducido por las caídas de ojos de una lianta que no es otra que la pérfida Milady disfrazada. Ella quiere robarle a Dogos unas joyas que el rey de Francia le regala al rey de España en señal de buena vecindad. Milady deja a Dogos fuera de combate con el viejo truco de la barra americana: envenenar al lúbrico cliente a base de incumplidas promesas de sexo sin amor. Afortunadamente, los gitanos le dieron a Dogos una semilla milagrosa que ríete del Red Bull. Total: que el chucho consigue salir del coma y denunciar a la villana. Los mosqueperros son una creación española, así que sería poco patriótico cambiar de canal. Yo, no obstante, lo hice: en La 2, unos tal Digimon, mutantes e hiperactivos, combatían a unos ignotos seres a los que definían como "gigantescas formas de vida artificial". Creo que se referían a los turistas o a todos los que estarían dispuestos a morir y matar para seguir siendo muy suyos.

Ejercicio del día: analice el contenido filosófico del dicho mosquetero "uno para todos y todos para uno" y compárelo con el viejo lema publicitario del Ministerio de Hacienda "Hacienda somos todos".

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