Columna

Cabo Disney

Lo que hoy conocemos como Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar fue declarado tal a finales de los ochenta. La figura jurídica "parque natural" trata de conjugar la conservación de un espacio natural de evidente valor ambiental con la explotación económica del mismo. No hay duda: si no se hubiese protegido, hoy el Cabo de Gata en vez de ser parque natural sería un parque acuático. Pero también es cierto que el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales de 1994 y las normas municipales subsidiarias hicieron que las zonas urbanizables se multiplicaran por cuatro y que aquel encantador pueblecit...

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Lo que hoy conocemos como Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar fue declarado tal a finales de los ochenta. La figura jurídica "parque natural" trata de conjugar la conservación de un espacio natural de evidente valor ambiental con la explotación económica del mismo. No hay duda: si no se hubiese protegido, hoy el Cabo de Gata en vez de ser parque natural sería un parque acuático. Pero también es cierto que el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales de 1994 y las normas municipales subsidiarias hicieron que las zonas urbanizables se multiplicaran por cuatro y que aquel encantador pueblecito llamado San José sea hoy una monstruosidad. El pretendido equilibrio entre conservación y explotación no satisface ni al ávido y destructor Ayuntamiento de Níjar ni a los radicales que querríamos un Cabo de Gata tan intocable como Doñana.

Me imagino que los dueños de esas tierras que caen dentro de los límites del parque natural querrían explotar agrícolamente sus propiedades y convertir el levante en una zona tan próspera como el poniente. Y tan espantosa. Maldita la gracia que le debe de hacer a la Familia X, que heredó del abuelo una hectárea en el corazón del parque, no poder levantar allí un hermoso y rentable invernadero. La Familia Z lo hizo: alzó un invernadero ilegal que le ha reportado fantásticos beneficios. Ahora la Consejería de Medio Ambiente lo va a demoler, pero han sido tres años de abundantes cosechas. Por su parte, el soñador Ayuntamiento de Níjar siempre ha fantaseado con extraer el máximo rendimiento inmobiliario de los únicos metros estúpidamente desaprovechados que quedan en nuestra costa mediterránea. Al anterior alcalde de Níjar, un socialista extremadamente sensible, le hubiera encantado cometer desde Aguamarga hasta San Miguel el mismo crimen que perpetró en el pobre San José.

En el extremo opuesto de esta actitud tan pragmática estamos quienes amamos el parque. Nosotros tampoco estamos contentos con la figura jurídica que supuestamente debe protegerlo. Es cierto que con la ley en la mano no se pueden levantar invernaderos y que las restricciones urbanísticas son muy estrictas. Pero la realidad es bien distinta: los invernaderos ilegales se multiplican por el interior y la normativa urbanística vigente se incumple sistemáticamente en la costa. Muchas veces se solicita permiso para levantar un almacén agrícola, al que posteriormente se le abren puertas y ventanas, para convertirlo de tapadillo en una vivienda permanente o de alquiler. Aunque en los suelos urbanos sólo se permite construir edificios de dos pisos o siete metros, ahí tenemos, en San José, esa monstruosa mole llamada Hotel Don Ignacio.

Yo sólo veo dos soluciones: o convertimos el parque natural en parque nacional y renunciamos a ese ambiguo equilibrio entre explotación y conservación que permite mil y una tropelías, o iniciamos conversaciones con Disney Corporation para venderles el Cabo de Gata, y que este se convierta de una vez por todas en un auténtico parque. En un parque respetable y respetado de verdad. Al fin y al cabo Walt Disney era de aquí. Eso dicen.

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