TEATRO

Lope de Vega y los faunos

Al teatro del Siglo de Oro le ocurre como a esos museos en los que, por falta de espacio, presupuesto o interés, la mayor parte de sus fondos languidecen almacenados e ignorados. Aunque hay no pocos hispanistas que están sacando ediciones críticas de obras injustamente olvidadas, escasean los directores curiosos, informados y decididos a llevarlas a escena. Entre éstos figura Eduardo Vasco (1968), madrileño que por iniciativa propia ha puesto en escena desde 1994 tres lopesdevega raros y caros: La bella Aurora, No son todos ruiseñores y La fuerza lastimosa. Ahora acaba de ...

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Al teatro del Siglo de Oro le ocurre como a esos museos en los que, por falta de espacio, presupuesto o interés, la mayor parte de sus fondos languidecen almacenados e ignorados. Aunque hay no pocos hispanistas que están sacando ediciones críticas de obras injustamente olvidadas, escasean los directores curiosos, informados y decididos a llevarlas a escena. Entre éstos figura Eduardo Vasco (1968), madrileño que por iniciativa propia ha puesto en escena desde 1994 tres lopesdevega raros y caros: La bella Aurora, No son todos ruiseñores y La fuerza lastimosa. Ahora acaba de remontar la pieza con que abrió el ciclo, una comedia protagonizada por criaturas mitológicas, e inspirada en la leyenda de Céfalo y Pocris, que Ovidio relata en Las metamorfosis y en El arte de amar.

Lope, Calderón y compañía escribieron diferente para distintos públicos. Una cosa era el espectador de pago del corral de comedias; otra, el de balde al que las autoridades eclesiásticas brindaban autos sacramentales, y otra muy diferente, los reyes y su corte, que solicitaban a los autores diversión en exclusiva. Éstos compusieron para disfrute de aquéllos comedias inspiradas en la mitología grecorromana. El premio de la hermosura, de Lope, que pasa por ser la primera, contó con la participación estelar de un príncipe de nueve años, futuro Felipe IV, en el papel de Cupido. Escénicamente, las comedias mitológicas son una veta por explotar. Eduardo Vasco decidió aprovecharla hace diez años, cuando cayó en sus manos una edición de La bella Aurora, se enamoró de ella, le dio vueltas y más vueltas, y dio a luz en el teatro Galileo, de Madrid, un montaje fresco, divertido y sorprendente.

En

La bella Aurora,

el Fénix

combina dos historias arquetípicas de tradición oral: la del poderoso que, porque arde en deseo por la esposa de alguien de menor rango, encomienda a éste una misión que lo distraiga de ella; y la del viajero que llega al atardecer a un lugar encantado, es seducido por una mujer y a la mañana siguiente se da cuenta de que no lleva allí una noche, sino un año. En el bosque que rodea ese lugar, labriegos -primos hermanos de los artesanos a los que Shakespeare pierde en otro bosque parecido, en Sueño de una noche de verano-, se las ven y se las desean frente a faunos que se meriendan sus cosechas y preñan a sus hembras. Vasco interviene sobre el texto respetuosa y decididamente, como el sastre que adapta prendas viejas a nuevos tiempos: en el primer acto se limita a cortar algunos parlamentos y a añadir versos de otras obras en las que Lope glosa temas de ésta, pero el tercero lo despieza y recompone hasta conseguir una imagen condensada y remozada del original. Lo que respecto a éste pierde en poesía galante y claridad, lo gana la versión de Vasco en magia y en viveza rítmica. Uno de sus mejores aciertos consiste en haber troceado y repartido a lo largo de la comedia -tragedia la llamó Lope, y trágica es, porque mal acaba- las escenas de los labriegos Julio y Anteo, que doblan al gracioso Fabio, criado de Céfalo, como en el circo el contraugusto dobla al payaso de las bofetadas.

El nuevo montaje, que se estrenó hace unas semanas en el Festival de Teatro Clásico de Almagro y que ahora visita los de El Escorial y Olite, "está ambientado en el periodo neoclásico francés", explica su director. "La acción transcurre en un escenario abandonado en el bosque, que hace las veces de palacio de Aurora y de templo de Diana, y la puesta en escena conserva de la de hace diez años el tono general, el aire coral y la percusión interpretada en vivo por los actores, aunque de entonces sólo queda en escena Antonio Molero".

Durante el barroco, el mito de Céfalo y Pocris fue abordado también por, entre otros autores, Agustín de Salazar y Torres (en El amor más desgraciado, que se estrenó en la corte virreinal de Sicilia) y Calderón, que puso el nombre de sus protagonistas a una comedia libérrima en la que se burla (¡oh sorpresa!) del honor y de las venganzas que en su nombre ejecutan los personajes de sus dramas y tragedias. Por burlarse, se burla con mucha gracia de las convenciones escénicas de la época, y aún se pone a jugar al teatro dentro del teatro. Dice el rey a Antistes, su privado en Céfalo y Pocris: "Pues dadla" [a su hija]. Responde éste: "¿Qué?". Rey: "Una fraterna". Antistes: "En la comedia de ayer no se hizo". Rey: "Que se haga en ésta".

La bella Aurora, de Lope de Vega. Real Coliseo Carlos III. San Lorenzo de El Escorial (Madrid). Hoy. Festival de Olite (Navarra). Del 8 al 10 de agosto.

Elvira Cuadrupani y Antonio Molero, en un ensayo de 'La bella Aurora'.

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