Columna

Desconcierto general

El gran escritor y pensador casi centenario que es Francisco Ayala acaba de decir en Sevilla, según este diario, que España, "como el resto de sociedades occidentales", se halla actualmente "en un momento muy crítico, de dudas, de no saber qué hacer", y padece "un estado de desconcierto general". Yo no sé si Francia, Gran Bretaña, Irlanda o Alemania, por ejemplo, se encuentran en tal estado. Más bien diría que no. Pero parece innegable que en España hay ahora no sólo un "desconcierto general" sino una desorientación profunda acerca de cuál debe ser el papel del país en el mundo. También parece...

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El gran escritor y pensador casi centenario que es Francisco Ayala acaba de decir en Sevilla, según este diario, que España, "como el resto de sociedades occidentales", se halla actualmente "en un momento muy crítico, de dudas, de no saber qué hacer", y padece "un estado de desconcierto general". Yo no sé si Francia, Gran Bretaña, Irlanda o Alemania, por ejemplo, se encuentran en tal estado. Más bien diría que no. Pero parece innegable que en España hay ahora no sólo un "desconcierto general" sino una desorientación profunda acerca de cuál debe ser el papel del país en el mundo. También parece innegable -aunque ellos rechazarán la imputación- que gran parte de la culpa la tienen los que detentan la mayoría absoluta que por desgracia hoy condiciona el trabajo de las Cortes.

Los síntomas de desconcierto y de desorientación se aprecian por doquier, empezando con la cuestión religiosa. Uno de los grandes logros de la Constitución de 1978 fue el impulso, muy comentado en el extranjero, que daba aquélla a la laicización de la enseñanza pública. Parecía ser que, con la separación de Iglesia y Estado, se iba a poder devolver la religión, por fin, al campo personal que le incumbe, desterrándola definitivamente de las aulas. Ahora vemos que era demasiado esperar. Con la incorporación del catolicismo como asignatura con efectos en las evaluaciones, el PP no sólo actúa en contra del espíritu de una Constitución de la cual dice ser único defensor -despreciando con ello al PSOE-, sino que siembra cizaña entre los ciudadanos.

Siempre me ha parecido que España, de aceptar plenamente las implicaciones de su pasado multirreligioso y cultural, podría desempeñar un papel internacional de primer orden como mediador entre Oriente y Occidente. ¿Por qué no haber elaborado, en este sentido, una asignatura que permitiera comparar objetivamente el cristianismo, el islam y el judaísmo, fomentando así entre el alumnado no sólo un mejor conocimiento del hecho religioso sino de la historia nacional? Los beneficios serían inmensos. El laicismo no pondría obstáculo alguno. Y el país sería indudablemente más culto. Pero no, hay que privilegiar a la Iglesia, pese a la Carta Magna, hay que obrar porque España siga siendo la reserva espiritual de Europa. El resultado, claro, será erigir más barreras entre católicos y no católicos, entre creyentes y no creyentes.

Luego, Irak. ¿Cómo no va a haber desconcierto general si el presidente del Gobierno sigue manteniendo impertérrito que Sadam tenía armas de destrucción masiva, cuando en los propios Estados Unidos las protestas en este sentido contra Bush, entre ellas las de la CIA, se hacen cada día más fuertes? Al apoyar la iniciativa bélica del tejano y propiciar así la inevitable muerte de miles de iraquíes inocentes, Aznar ya hipotecaba la relación de España con el mundo musulmán. Ahora, con el envío de nuevos soldados -soldados que, para más inri, llevan el emblema de Santiago matamoros- aquella relación puede ir a peor. Qué locura. Menos mal que aquí en Andalucía no hemos perdido aún todos los papeles.

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