Reportaje:

El callejón sin salida del teniente coronel

Antonio Peñafiel, antes de cometer el doble crimen de Albacete, denunció durante cuatro meses irregularidades de sus mandos

Ya habían dado las diez de la mañana del martes cuando la puerta se abrió y el teniente coronel Antonio Peñafiel asomó la cabeza. Llevaba en la mano un portafolios marrón con sus iniciales grabadas. Vestía de paisano, elegante como siempre, pero sin corbata. Su expresión fue de contrariedad al ver que el teniente coronel Roberto Lázaro, su sucesor al frente de la comandancia de la Guardia Civil de Albacete, no estaba solo. Aun así, Lázaro, un hombre de 55 años y aspecto tranquilo, lo invitó a entrar:

-Pasa Antonio, pasa.

El teniente coronel Peñafiel, sin pronunciar palabra, hizo ...

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Ya habían dado las diez de la mañana del martes cuando la puerta se abrió y el teniente coronel Antonio Peñafiel asomó la cabeza. Llevaba en la mano un portafolios marrón con sus iniciales grabadas. Vestía de paisano, elegante como siempre, pero sin corbata. Su expresión fue de contrariedad al ver que el teniente coronel Roberto Lázaro, su sucesor al frente de la comandancia de la Guardia Civil de Albacete, no estaba solo. Aun así, Lázaro, un hombre de 55 años y aspecto tranquilo, lo invitó a entrar:

-Pasa Antonio, pasa.

El teniente coronel Peñafiel, sin pronunciar palabra, hizo con la cabeza un gesto de ahora vuelvo y cerró la puerta. Dos minutos más tarde se escuchó el primer disparo.

"Se negó a entregar las armas y se lanzó a una carrera desesperada por lavar su honor"
Hay documentos que demuestran que no bajó la delincuencia en la zona, como presumía
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El teniente coronel Lázaro y su acompañante, un empresario de Albacete llamado Eduardo Sánchez, se levantaron de sus asientos para averiguar qué estaba pasando. Ni siquiera les dio tiempo a llegar a la puerta. Peñafiel apareció de nuevo. En lugar del portafolios marrón llevaba una pistola marca Star cargada con balas del calibre nueve milímetros Parabellum. La acababa de disparar contra el comandante Isidoro Turrión, de 40 años. Lo había ido a buscar a su despacho, situado también en la primera planta de la comandancia, y lo sorprendió escribiendo. Le disparó en la sien.

"Me llamó la atención que fuera sin corbata". El empresario Eduardo Sánchez tuvo tiempo de fijarse en ese detalle antes de ver cómo Peñafiel disparaba dos veces contra el teniente coronel Lázaro. El primer proyectil le atravesó el pulmón izquierdo y el segundo, el muslo derecho. "Creo", recuerda el empresario, "que el segundo disparo venía para mí, pero Lázaro al caer me salvó la vida".

Peñafiel bajó entonces las escaleras de la comandancia. En la enfermería disparó contra Francisco Naharro, un médico civil de 70 años, y lo mató en el acto. Antonio Peñafiel, de 51 años, volvió luego la pistola contra sí mismo y se disparó en la cabeza.

El teniente coronel Peñafiel había llegado a la comandancia de Albacete el 3 de diciembre de 2001. Venía de pasar un año entero de misión humanitaria en Guatemala y unos meses en Madrid. Llegó solo. Se había separado de su mujer tres años antes y no tenía hijos. Obsesionado con el trabajo, pasó aquella Nochebuena visitando las casas cuartel de su demarcación. El día de Navidad lo vieron almorzando solo en un restaurante de Albacete.

Todos los días visitaba un puesto y se entrevistaba con los guardias, de tal forma que en los primeros tres meses ya había pasado revista a 700 guardias y supervisado 50 acuartelamientos. Lo que vio y le contaron no le gustó, así que se puso manos a la obra. No pasaron muchas semanas antes de que pusiera la comandancia boca arriba. Revocó un buen número de las órdenes impuestas por su antecesor, el teniente coronel José Luis Madero, a quien en un documento oficial llegó a acusar de "falta de interés" y de "favoritismo" con los mandos en perjuicio de los suboficiales, cabos y guardias. Peñafiel se fue forjando una fama de Robin Hood que exasperaba a sus mandos. Pasaban los días y seguía tan solo como cuando llegó.

Las cosas empeoraron en noviembre de 2002. El día 7, Peñafiel decidió imponer una sanción al comandante Turrión por desobedecer ciertas órdenes. Lo hizo a las diez de la noche. Cuál sería su sorpresa cuando al día siguiente descubrió que el general de la zona, Juan Carlos Rodríguez Burdalo, ya había sido informado a sus espaldas y que, lejos de apoyar su sanción, decidió abrir una investigación para "averiguar las causas de la presunta división existente entre los mandos de la comandancia y su jefe".

Peñafiel, que ya había tenido desavenencias con el general unos años atrás, sintió que había un compló contra él. Sus sospechas se fueron acrecentando cuando el coronel Berrio, nombrado por el general para dirigir la investigación, se entrevistó con sus subordinados, pero sin llegar a pedirle opinión a él. Unos días más tarde, el 26 de noviembre, sólo 11 meses después de llegar al cargo, el teniente coronel Peñafiel fue suspendido cautelarmente de sus funciones y quedó apartado del mando.

Siguió viviendo en la comandancia, aguardando sin demasiadas esperanzas una solución a su caso. Se entretuvo jugando al tenis con Julián García, presidente del Club de Tenis de Alicante, y dando largos paseos por la ciudad. El 25 de febrero fue por fin llamado a Madrid. Allí recibió una resolución firmada por el secretario de Estado de Interior, Ignacio Astarloa, por la que se quedaba definitivamente sin su plaza de jefe de la comandancia de Albacete. El escrito sólo dice que ha dejado de reunir "las condiciones personales de idoneidad que, en su día, motivaron su asignación". Ninguna explicación más. Peñafiel regresó a Albacete pensando que aún tenía posibilidades de defensa, que Santiago López Valdivielso, a quien conoció durante su etapa en la escuela de Valdemoro, terminaría por echarle una mano.

Sin embargo, al día siguiente recibió una noticia que lo partió en dos. Por orden del director del Cuerpo, se le ordenaba que entregara las armas oficiales. Peñafiel tuvo que leer el escrito delante de un coronel que fue enviado a su casa para retirarle las armas. La escena no pudo ser más dura para un hombre que llevaba 25 años en la Guardia Civil, hermano, hijo y nieto de guardias civiles: "Vistos los antecedentes de conducta y estado del teniente coronel Antonio Peñafiel", dice la orden, "se deduce que dicho oficial se encuentra en una situación de inestabilidad o desequilibrio emocional, considerando que existen elementos que conducen a poner en duda la aptitud psicofísica para la tenencia y porte de armas de fuego, con peligro para el libre ejercicio de los derechos y libertades de las personas".

Él se negó a entregar las armas y se lanzó a una carrera desesperada por lavar su honor, por demostrar su cordura.

Lo primero que hizo fue acudir a los medios de comunicación. El 27 de febrero, la periodista Inmaculada Ruiz le hizo una entrevista en la SER de Albacete. Le preguntó de qué le acusaban y Peñafiel respondió:

-Una de las irregularidades mayores, y la más sangrante, es el reparto de la productividad. Le voy a leer textualmente de lo que me acusan: "Ha empleado criterios no ajustados a la normativa vigente a la hora de distribuir el complemento de productividad, haciéndolo de forma rotativa entre los cabos y guardias, con la intención de que cada uno de los componentes de las escalas más bajas percibiese al menos dos veces al año este complemento...". Fíjese usted qué gran tropelía estoy cometiendo. Son tan humildes los guardias que cuando su jefe de comandancia les promete que van a recibir dos veces al año 20.000 pesetas de productividad, los hombres ven el cielo abierto. Mire usted, tengo aquí en mi mano tres o cuatro relaciones de mi antecesor en el mando de la comandancia de Albacete. De 27 señores que recibían la productividad, 14 son oficiales. Y sólo hay 20 oficiales. Y los otros 13 que la reciben son suboficiales, cabos o guardias entre más de 600 hombres. Esto es lo que ocurría en Albacete.

Peñafiel empezó así a convertirse en un personaje famoso en la ciudad. Salía en las televisiones locales, en los periódicos, en las emisoras de radio. Contestaba sin tapujos a todas las preguntas. Cuando querían saber si detrás de todo estaba su antigua enemistad con el general Burdalo, él respondía: "Coincidí con él en Aranjuez... Le dije que no se podía hacer una comunión de la hija de un comandante en el chalé del comandante con los guardias sirviendo de camareros. En aquella ocasión, se me abrió expediente".

La inminencia de la guerra contra Irak, primero, y la campaña electoral, después, impidieron que el caso del teniente coronel rebelde fuera noticia más allá de Albacete. Y la desesperación de Peñafiel fue en aumento. Sólo se calmó al ver que su discurso iba llegando a los vecinos, que las mujeres de los guardias se manifiestan a su favor, y hasta el presidente de la Castilla-La Mancha. "Me llamó José Bono", explicó en la SER, "y me dijo que todo esto es una injusticia, que si puede hacer algo por mí. Yo le digo: 'Señor presidente, usted no conoce mis circunstancias personales, no conoce mis circunstancias profesionales, usted no se puede arriesgar por mí sin conocerme'. Y él me dice: 'No se preocupe que yo tengo en Albacete mucha gente que me dice lo que es usted y cómo es usted".

Peñafiel iba y venía por la ciudad como alma en pena. Vendió los pocos enseres personales que tenía y se trasladó a la residencia de oficiales de la base militar de Los Llanos. Sin embargo, utilizó la cafetería de la comandancia para reunirse con todo el que le quería escuchar. Allí -en una imagen por lo menos pintoresca- se entrevistó con el coordinador provincial de Izquierda Unida, con los miembros de la Asociación Unificada de la Guardia Civil, con representantes de Comisiones Obreras y de UGT. Delante de todos ellos abrió su portafolios marrón y les mostró sus 300 folios que, según él, lavaban su honor y demostraban su cordura. A nadie le pareció que Peñafiel estuviera loco, quizás sí demasiado obsesionado con su situación, convencido de ser el único héroe honesto en medio de la corrupción generalizada. La dirección general de la Guardia Civil tiene documentos que demuestran que Peñafiel no fue tan Robin Hood como decía, ni bajó las cifras de delincuencia en la zona tanto como presumía, pero no tiene respuestas a una pregunta fundamental: ¿por qué se dejó que Peñafiel se quemara a fuego lento durante cuatro meses, sin darle una salida ni investigar las irregularidades que denunciaba?.

Antes del mediodía del martes 17 de junio, al Hospital Universitario de Albacete llegaron cuatro ambulancias. Dos llevaban los cuerpos ya sin vida del médico y el comandante. Las otras dos eran la del teniente coronel Lázaro y la de Peñafiel. Los dos han sobrevivido y ahora se encuentran a unos metros el uno del otro. Sus familias no se han visto. La del teniente coronel Lázaro recibe visita tras visita. La del teniente coronel Peñafiel sigue sola día tras día.

Dicen que no pueden buscar justificación a un crimen tan horrendo. Pero que su Antonio no estaba loco. Su hermano José pone un ejemplo: "Usted puede tener al perro más bueno en su casa. Pero si lo maltrata un día tras otro, si le hace la vida imposible, el animal terminará por morderle. Por más noble que sea".

Imagen del teniente coronel Antonio Peñafiel y, debajo, documento sobre la investigación que abrió contra él el general Burdalo.EFE / EL PAÍS

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