Columna

Recuentos

El diputado que ha bailado -o aún baila- en el filo que separa a L'Entesa del PSPV ha añadido un foco y una lupa sobre el resultado obtenido en las urnas por los socialistas valencianos el pasado domingo. En el mejor de los casos el PSPV cierra el balance de estas elecciones con un diputado más que en 1999, arrebatado por apenas 13 centésimas a L'Entesa. Y en el peor, si el diputado finalmente se precipita hacia el lado de L'Entesa, se queda con los mismos 35 diputados que hace cuatro años. Es cierto que ahora ha logrado 103.000 votos más que entonces, pero también lo es que el PP ha increment...

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El diputado que ha bailado -o aún baila- en el filo que separa a L'Entesa del PSPV ha añadido un foco y una lupa sobre el resultado obtenido en las urnas por los socialistas valencianos el pasado domingo. En el mejor de los casos el PSPV cierra el balance de estas elecciones con un diputado más que en 1999, arrebatado por apenas 13 centésimas a L'Entesa. Y en el peor, si el diputado finalmente se precipita hacia el lado de L'Entesa, se queda con los mismos 35 diputados que hace cuatro años. Es cierto que ahora ha logrado 103.000 votos más que entonces, pero también lo es que el PP ha incrementado en 60.000 sus apoyos y sin embargo le ha correspondido un diputado menos (48). Son los designios de la inescrutable nebulosa D'Hont, que sólo es arbitraria cuando escuece. En cualquier caso, como en el fútbol, lo que sube al marcador son los goles y no las jugadas, y el PSPV a efectos de escaños, en la más propicia de las coyunturas, se ha quedado casi o igual, cuando el partido pasaba por uno de los momentos internos más convulsos. Tanto, que incluso hubo significativos llamamientos para que los perpetuos fontaneros de siempre (bajo la bandera de conveniencia oportuna) se encargaran de desviar los máximos votos posibles hacia el Bloc. El mismo Bloc al que ahora Joan Ignasi Pla ha culpado, en parte, de que volviese a ganar el PP, como si ese partido, igual que cualquier otro, no tuviera derecho a acudir a las urnas a defender su opción pese a su desdichado palmarés. Feo asunto tener que recurrir al prójimo para explicar errores que afectan a uno, y que, en cierto modo, saltan a la vista con el elenco de alcaldes en caída libre o vapuleados en su propia cancha. Sobre todo, porque facilita la autopsia haber convertido (en contra del criterio de José Luis Rodríguez Zapatero) las listas a las Cortes Valencianas en una suerte de diputación autonómica saturada de candidatos que hacían el doblete. Y más porque donde había que ponerlos, como es el caso de Alborache, no se han puesto, con la debacle estratégica de perder la presidencia de la Diputación de Valencia al no haber presentado candidatura en un pueblo crucial. Mucho fardo al lomo como para mantener la sonrisa hasta las generales.

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