Una diva de culto
Cuando Raina Kabaivanska debutó en Italia en 1959 como Giorgetta de Il tabarro pucciniano dominaban el panorama lírico internacional monstruos sagrados como Maria Callas, Renata Tebaldi, Victoria de los Ángeles, Birgit Nilsson o Zinka Milanov. Más tarde, la soprano recién llegada de su Bulgaria natal habría de competir con colegas contemporáneas como Montserrat Caballé, Renata Scotto y Mirella Freni, todas nacidas en la misma década de los treinta y dotadas de timbres más aparatosamente latinos, de mayor brillo y densidad y con las que compartió repertorio. Pero la búlgara, que comenzó ...
Cuando Raina Kabaivanska debutó en Italia en 1959 como Giorgetta de Il tabarro pucciniano dominaban el panorama lírico internacional monstruos sagrados como Maria Callas, Renata Tebaldi, Victoria de los Ángeles, Birgit Nilsson o Zinka Milanov. Más tarde, la soprano recién llegada de su Bulgaria natal habría de competir con colegas contemporáneas como Montserrat Caballé, Renata Scotto y Mirella Freni, todas nacidas en la misma década de los treinta y dotadas de timbres más aparatosamente latinos, de mayor brillo y densidad y con las que compartió repertorio. Pero la búlgara, que comenzó a preparar su voz como mezzosoprano hasta que sus notas graves empezaron a serle dificultosas, se trasladó a Italia y allí se encontró con la ex cantante Zita Fumagalli Riva que le transmitió su infalible técnica. Las lecciones de la Fumagalli no fueron suficientes para formar a la nueva soprano. Cuando debutó en el Metropolitan neoyorquino, después de una entrada aparatosa en la Scala milanesa como Agnese de Beatrice di Tenda, de Bellini, al lado de Joan Sutherland, un papel que hubo de aprender en cuatro días, un crítico le señaló algunos defectos que empañaban su canto. La mítica Rosa Ponselle se los aclaró: "Cantas a la manera eslava".
Kabaivanska fue capaz de
retirarse un año de la escena y replantearse su técnica vocal. Necesitó comenzar de nuevo en teatros de provincia y escalar paulatinamente los grandes escenarios. Pero pronto comenzó a destacar como una recitadora de calidad. Porque para ella lo importante del hecho operístico es el lado teatral y prefiere sacrificar la belleza del sonido al efecto dramático necesario en ese momento. De tal manera que su arte personalísimo, suma de la musicalidad propia de la más segura de las técnicas, al servicio de una voz flexible, y voluptuosa, animada por su aristocrática presencia escénica, han hecho que surgiera en todo el mundo una especie de secta de seguidores que la idolatran, siguen sus actuaciones o compran sus innumerables discos "piratas" para instalarlos en el lugar de honor de sus discotecas. Son los mismos fans que la saludan frenéticamente en sus actuaciones en vivo, procurándole algún que otro disgusto con sus celosos compañeros de reparto.Como ocurrió hace unos años con el tenor protagonista de Maurizio de Sajonia en unas agitadas representaciones de Adriana Lecouvreur,de Cilea, en el San Carlo de Nápoles, que olvidó las aptitudes propias de su noble personaje para insultarla con términos más cercanos a otro tipo de obra de contenido más verista.
Kabaivanska llega al Teatro Real para ofrecer un recital con sus heroínas. Serán las más representativas, ya que su oferta es muy dilatada, pues la soprano-actriz ha sido capaz de enfrentarse al belcantismo romántico propio de un Donizetti (en especial, una fabulosa Fausta en la Ópera de Roma, 1981, además de una regia Maria Stuarda), un Rossini (el de Matilde de Guillermo Tell) o de un Verdi (Elvira de Ernani, en el debú en la Scala de Plácido Domingo en 1969, o la Leonora de Trovatore que hizo para el Salzburgo de Karajan) y, en mundos opuestos, sacar chispas al delicado y mórbido melodismo de alguna ópera francesa como la Manon massenettiana (donde tuvo en ocasiones como compañero a su altura al Des Grieux de Alfredo Kraus) o una nunca tan seductora y sensual Thais del mismo compositor. Además de estas heroínas y alguna más que se quedan en el tintero, sin olvidar la Francesca de Rimini de Zandonai, donde la intérprete sacaba a la luz todo el aroma del texto dannuzziano, Kabaivanska fue la gran intérprete pucciniana de los últimos cincuenta años, en base sobre todo a tres adorables féminas: Manon Lescaut, Cio-Cio-San y Tosca. Cantó Suor Angelica (que se disfrutó en el Teatro de La Zarzuela madrileño, donde años atrás deslumbrara igualmente con una Butterfly sutilísima) y, en algunas oportunidades Mimì de Bohème, pero curiosamente nunca asumió Minnie de La fanciulla del West, un papel a su medida y uno de los caballos de batalla de su gran modelo sopranil, Magda Olivero.