Crónica:LA CRÓNICA

A quien Dios se la dé, bien dada está

Democracia significa, entre otras cosas, ir a votar incluso sin ganas, confortados con la seguridad de, sea cual fuere el resultado que arrojen las urnas, no ocurrirá nada irreversible o catastrófico. Con la certidumbre añadida, además, de que las diferencias entre los principales programas en liza caben en un pañuelo y son asumibles casi todas ellas por la opción u opciones ganadoras. La polémica o la crispación, en la medida que se ha producido, es asunto de los candidatos, forzados a exagerar el gesto para movilizar al vecindario y salvar la cara ante sus parciales. Más de 25 años de elecci...

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Democracia significa, entre otras cosas, ir a votar incluso sin ganas, confortados con la seguridad de, sea cual fuere el resultado que arrojen las urnas, no ocurrirá nada irreversible o catastrófico. Con la certidumbre añadida, además, de que las diferencias entre los principales programas en liza caben en un pañuelo y son asumibles casi todas ellas por la opción u opciones ganadoras. La polémica o la crispación, en la medida que se ha producido, es asunto de los candidatos, forzados a exagerar el gesto para movilizar al vecindario y salvar la cara ante sus parciales. Más de 25 años de elecciones en libertad -municipales, autonómicas, generales y europeas- nos han madurado y prevenido contra los discursos campanudos y las soluciones milagreras.

Votar sin ganas o con entusiasmo entibiado, decimos, es asimismo consecuencia del talante y carisma de los candidatos que, después de las sucesivas convocatorias, se han ido homologando con el común de la ciudadanía. El vecindario ya no espera personajes de rompe y rasga, esa suerte de taumaturgo que nos va a resolver todos los problemas colectivos. Una prevención que se ha generalizado después del tránsito de Eduardo Zaplana por la Generalitat. Un tipo brillante y resolutivo, pero marcado por la provisionalidad y la expectativa de destino. Algo inimaginable en cualquiera de cuantos hoy aspiran a ocupar esa misma poltrona y con quienes nos reconocemos con mucha más familiaridad.

También es propio de una democracia adulta que las propuestas y discursos giren en torno a unos mismos motivos y subrayen idénticos esperpentos, sin razonar su fundamento. En esta larguísima campaña, o al menos en su último tramo, los partidos nos han embromado con la promesa de viviendas asequibles para todos, a pesar de que ninguno de ellos apuesta por un cambio revolucionario (¡uf, qué hemos dicho!) en la política del suelo y la intervención en ese mercado. Es una trola venial, expresiva de que son conscientes del problema y de su buena voluntad, si más no, para acompañar a los sin techo en su sentimiento. Los remedios no están a su alcance. Unas dosis de autocrítica para admitir las limitaciones mejoraría el crédito y las prédicas electorales.

No menor censura merece la beligerancia de la Administración pública, de cuya secular reforma tengo la impresión de que ninguna sigla ha dicho una palabra. ¡Cualquiera le mete mano al miura que es el funcionariado! Sin embargo, ganadores y perdedores habrán de consensuar un día u otro acabar con ese anacronismo decimonónico que es la parcialidad electoral de los organismos e instituciones públicas a favor del partido que gobierna. Las protestas de los partidos damnificados se condensan a menudo en la televisión autonómica, obsecuente con la línea de mando, pero soslayan esa otra corrupción que supone instrumentalizar los recursos públicos al servicio de la opción gobernante, como viene sucediendo en perjuicio de la oposición y de las candidaturas marginales. ¿Hubiera podido el Partido del Cannabis presentar su programa en el Museo de Bellas Artes? Aunque extremado, es un ejemplo.

Llegados a este punto, parece que no debe concluir la crónica sin un pronóstico, que en modo alguno debe interpretarse como una inducción. Pero a tenor de los precedentes, podemos aventurar que los valencianos procederán cívicamente y su índice de abstención no superará en mucho el 30%. Por otra parte, no hay visos de que se haya sesgado hacia la izquierda la proclividad conservadora de esta circunscripción autonómica. Quizá no crezca, pero se mantiene, no obstante los chapapotes y misiles. Los sondeos de opinión son sobradamente expresivos. Paciencia.

De los principales ayuntamientos, ni hablemos: todos los titulares van a defender con solvencia su fuerte. En realidad, el mayor interés reside en las candidaturas que orbitan la cota del 5% del electorado para alcanzar la condición parlamentaria, como son el Bloc y UV. Sería deprimente que Pere Mayor no viese premiada su dilatada carrera política con un escaño, por él y por el País Valenciano. Su experiencia, identificación con estos lares y sensatez no deben quedar en barbecho. En todo caso, a quien Dios se la dé, bien dada está, y dentro de unas horas, con el escrutinio, sabremos de júbilos y quebrantos.

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Personalidad

Luigi Settembrini, director de la Bienal de Valencia, no ha tenido pelos en la lengua al decir -si es que lo ha dicho- que a los valencianos nos falta personalidad y estamos ansiosos por promover lo nuestro. No sé si ha rectificado o matizado esa severa declaración. Pero hubiera podido mantener el tipo si se refiere a las críticas provincianas que en un principio se le formularon a este certamen, o a las presiones que ha de aguantar para meter en calzador algunas de las glorias locales, a las que por cierto no se les augura en esta edición una presencia notable y brillante. La Bienal es otra cosa.

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