Reportaje:

Modernoscopio artístico popular

Parecía casi obligado que la sociedad posmoderna, inmersa ya por completo en la era poshistórica, tuviera su correspondiente posarte. Pues bien, no sólo lo tiene, sino, como también entra dentro de la lógica, su gestión práctica y teórica es estadounidense. Tal es el trasfondo que comparten los cuatro libros que dan pie al presente comentario, todos ellos de autores de esta nacionalidad, uno de los cuales, Arthur C. Danto, se ha convertido en el gurú teórico de la crítica de arte actual, como se puede comprobar en nuestro país, donde se traduce todo lo mucho que publica al respecto, alcanzando...

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Parecía casi obligado que la sociedad posmoderna, inmersa ya por completo en la era poshistórica, tuviera su correspondiente posarte. Pues bien, no sólo lo tiene, sino, como también entra dentro de la lógica, su gestión práctica y teórica es estadounidense. Tal es el trasfondo que comparten los cuatro libros que dan pie al presente comentario, todos ellos de autores de esta nacionalidad, uno de los cuales, Arthur C. Danto, se ha convertido en el gurú teórico de la crítica de arte actual, como se puede comprobar en nuestro país, donde se traduce todo lo mucho que publica al respecto, alcanzando últimamente la estimable cota de editarse sus libros a pares por año.

Antes, en cualquier caso, de comentar lo que afirman estos autores americanos de la ideología artística del "pos", me parece oportuno informar acerca de algunos antecedentes históricos que han configurado la identidad moderna del arte de nuestra época, como, en primer lugar, su indefinición intrínseca -nadie sabe lo que es, porque, careciendo de límites, todo es susceptible de presentarse como una obra de arte- y, en segundo, su naturaleza pública, que, habiéndolo convertido en un producto más del consumo anónimo, no sólo se rige por las leyes del mercado, sino que se ha integrado en la llamada industria cultural de masas, cuya gestión tecnológica es cada vez más sofisticada y rentable. Aunque la indefinición de lo artístico y su proyección pública se remonta históricamente a los orígenes de nuestra época, que hay que situar aproximadamente hacia el ecuador del siglo XVIII, cuando entró en su crisis definitiva el canon clásico del arte, al sustituirse como fundamento de éste la belleza por la libertad, y, asimismo, cuando comenzaron los salones o exposiciones públicas periódicas como el principal medio para su difusión social, la revolución industrial y la posterior revolución tecnológica han acentuado, de forma paroxística, estos rasgos, durante los siglos XIX y XX, hasta llegar a la situación actual, la del "postodo", donde se ubican los pensadores y críticos que dan pie al presente comentario y, en general, todos cuantos reflexionan hoy sobre el arte con pretensiones, muy modernas, de "estar a la última".

El más conspicuo y céle bre, Arthur C. Danto, antiguo filósofo académico de orientación positivista reconvertido en crítico de arte militante, quedó pasmado, allá por los comienzos de la década de 1960, con la obra, titulada Brillo's Box, que Warhol exhibía en una galería, porque no era más que una caja de detergente de esta popular marca, con lo que se topó de bruces con el hecho de que ya, en efecto, no sólo cualquier cosa podía ser arte, sino que esta sorprendente indiscriminación, al usar un vulgar útil doméstico como señuelo, estaba al alcance de la comprensión de cualquiera. O sea: que Danto tuvo la simultánea revelación de que el sentido y el uso del arte habían sufrido un cambio revolucionario. Su primera reacción fue la más acorde con su primitiva concepción positivista: que ya no había otra base para el arte que la institucional; esto es: que arte era lo que la sociedad llamaba tal. Pero después, pensándoselo mejor, comprendió que se podía dar un paso más allá de la obviedad, si, como había hecho Hegel, se comprendía esta mutación a través del prisma histórico, asumiendo además lo que el filósofo idealista alemán había dicho acerca del fin del arte, aunque dejando él la puerta abierta para la existencia de un nuevo tipo de arte, el posarte, que ya no tenía nada que ver con las cualidades materiales de un objeto específico, sino con una forma peculiar de consciencia, por lo que el nuevo crítico del posarte debía ser un filósofo.

Aunque el libro de Danto que ahora comentamos se titule Más allá de la Caja

Brillo, su contenido no es sino una serie de artículos de tema artístico diverso que inciden sobre la misma base teórica que acabo de resumir, como también a eso mismo se refieren, con una u otra excusa, los demás libros aquí recogidos.

Así, por ejemplo, la tesis central de Noël Carroll, otro filósofo positivista ahora fascinado con el tema artístico, es la definición legitimadora del otrora execrado "arte de masas", para lo que se encara con algunos de sus detractores más célebres -MacDonald, Greenberg, Collingwood, Adorno y Horkheimer-, tratando de demostrar que sus invectivas eran injustificadas, parciales e injustas al negar a esta forma de producción y difusión masivas el valor artístico, que él, sin embargo, erige como un género con personalidad propia. Con lo que, para Carroll, pasando del pop al populismo, el que en nuestro mundo cualquier cosa pudiera ser arte lo demuestra, sobre todo, y de forma altamente positiva, el arte de masas.

Aunque, para Richard Shusterman, el fundamento más sólido para comprender y asumir la indiscriminación estética y la divulgación masiva del signo artístico sea el filósofo pragmatista americano John Dewey, es muy significativo que toda su divagación teórica sea un preámbulo para, no sólo estudiar a fondo varios productos artísticos actuales de masas, como el funk, el rap, el hip hop, sino, en consecuencia, para su legitimación, dejando la puerta abierta para que, en el futuro, no haya nada, alto o bajo, simple o complejo, que deje de ser tomado en serio por la crítica o la filosofía del arte.

Apelen a Hegel o a Dewey, estos

pensadores están marcados y razonan, sobre todo, desde una perspectiva sociológica, lo que no debe extrañarnos porque la sociología y la psicología son las únicas de las ciencias humanas restantes que hoy conservan algo de crédito institucional. En este sentido, que Donald Kuspit, el único de estos autores que ha sido siempre un simple crítico de arte, aunque con veleidades de filósofo, defienda la recuperación de una perspectiva psicoanalítica para juzgar el arte o el posarte, siguiendo con ello la estela de la última Rosalind E. Krauss, concuerda con esta línea hoy de moda, por la que, pase lo que pase en arte, si pasa y es popular, pasa para bien.

Para terminar con este resumen sumarísimo de estos libros, a través de los cuales se nos dibuja con nitidez la práctica y la teórica artísticas que hoy se expende de forma global, no quisiera dejar de remarcar que todavía hoy la cuestión principal, en relación con el arte moderno, es, por un lado, si éste es arte, y, de serlo, cómo "medir" su "cantidad", cuestión que estos pensadores y críticos estadounidenses parecen responder afirmando que hoy el arte es ya un simple adjetivo de lo moderno, lo sustantivo, y que lo más moderno que hay es lo que gusta a la mayoría, el así llamado arte de masas, con lo que podemos calificar el aparato de este nuevo criterio posartístico como un auténtico "modernoscopio artístico popular", el único realmente autorizado para medir cómo va el hit parade de la planetaria industria cultural del imperio poshistórico actual. Así será, si así os parece...

'La Caja Brillo' (1964), de Andy Warhol, de la Lambert Art Collection.ANDY WARHOL/VEGAP/MADRID 2003

BIBLIOGRAFÍA

Una filosofía del arte de masas. Noël Carroll. Traducción de Javier Alcoriza Vento.

La Balsa de la Medusa. Madrid, 2003. 359 páginas. 28 euros.

Más allá de la Caja Brillo. Las artes visuales desde la perspectiva poshistórica.

Arthur C. Danto. Traducción de

Alfredo Brotons Muñoz. Akal. Madrid, 2003. 236 páginas. 19 euros.

Signos de psique en el arte moderno y posmoderno. Donald Kuspit. Traducción de Alfredo Brotons Muñoz. Akal. Madrid, 2003. 472 páginas. 36 euros.

Estética pragmatista. Viviendo la belleza, repensando el arte.

Richard Shusterman. Traducción de Fernando González del Campo. Idea Books. Barcelona, 2002. 437 páginas. 23,92 euros.

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