Columna

Sugerencia

Urge cambiar el Título Segundo de la Constitución. Todos sufriríamos menos si el artículo 16.3 del capítulo segundo, ese que empieza diciendo "ninguna confesión tendrá carácter estatal", reconociera con todas sus consecuencias que España es un Estado católico. Si tuviéramos el arrojo de hacerlo, nuestro jefe del Estado podría humillarse ante Su Santidad sin tener que oír las críticas de los cuatro locos que ladran su rencor por las esquinas. Bastaría el simple reconocimiento del carácter estatal de la religión católica para que esos defensores del laicismo institucional tuvieran que callarse y...

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Urge cambiar el Título Segundo de la Constitución. Todos sufriríamos menos si el artículo 16.3 del capítulo segundo, ese que empieza diciendo "ninguna confesión tendrá carácter estatal", reconociera con todas sus consecuencias que España es un Estado católico. Si tuviéramos el arrojo de hacerlo, nuestro jefe del Estado podría humillarse ante Su Santidad sin tener que oír las críticas de los cuatro locos que ladran su rencor por las esquinas. Bastaría el simple reconocimiento del carácter estatal de la religión católica para que esos defensores del laicismo institucional tuvieran que callarse y comerse para siempre sus palabras. Ya nunca más volverían a repetir eso de que la imagen de nuestros poderes públicos besando la mano del Papa es una viva metáfora de nuestra corrupción moral. ¡Anda que no son exagerados ni nada! Una simple muestra de respeto es interpretada por estos fundamentalistas de lo laico como un desprecio a la pluralidad religiosa de España. ¿Qué puede esperarse -dicen- de un país cuyos gobernantes son los primeros en incumplir las leyes?

Afortunadamente, la mayoría de los españoles no ve con malos ojos que el presidente de su Gobierno, por muy laico que sea el país que representa, acuda a su encuentro con el Papa en compañía de veinte familiares. Sólo una minoría, aunque muy insidiosa, critica esta confusión entre lo público y lo privado. Tal vez tengan razón. Por eso es necesaria una modificación del Título Segundo. Una medida tan sencilla los despojaría del único argumento que esgrimen. Reconozcamos el carácter confesional del Estado. Acerquemos la Constitución a la realidad sociológica del país. Dejémonos de prejuicios tontos. No porque el Irán de los ayatolás sea un estado confesional tenemos nosotros que ignorar una evidencia.

Además, si modificáramos nuestro Título Segundo, Rodríguez Zapatero no tendría que incluir entre sus propuestas la profundización en el carácter laico del Estado. Y si el líder socialista no se viera obligado a mencionar este asunto, el PSOE nos ahorraría ese triste espectáculo que supone ver cómo un partido político dice una cosa y hace la contraria allá donde gobierna. Bastaría aceptar esta sugerencia para que Chaves pudiera dar el primer gubiazo a cuantas imágenes sagradas quisiera. Podría presidir misas mayores y acompañar en procesión a sus cristos favoritos sin tener que soportar a los columnistas de siempre.

Martín Soler, el candidato socialista a la alcaldía de Almería, podría por su parte comprometerse con la Agrupación de Hermandades de Cofradías de Almería a construir una gran cruz en la Plaza Vieja y a organizar en torno a ella una Feria de Primavera sin tener que renunciar a la vieja tradición laica de las siglas que representa. Podría también promover un Museo de la Semana Santa almeriense; prometer que cederá, sin gana, un local público para la futura sede de la Agrupación de Hermandades; y que difundirá con dinero de católicos y no católicos "nuestra Semana Santa y los actos cofrades que se celebren cada año", sin perder por ello un solo voto progresista.

Cambiemos la Constitución ya.

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