ASTRONOMÍA | Explosiones estelares

Los secretos de la supernova más estudiada del siglo XX reaparecen en su aniversario

Cuando nos muramos, nos llevaremos una serie de imágenes del cielo". Así lo creía García Lorca. Y éste fue el mensaje que recibió el astrónomo aficionado Francisco García Díez de un colega en Estados Unidos a los pocos días de que la prensa neoyorquina se hiciera eco de su descubrimiento de la supernova SN 1993 J. Una década después, en el aniversario del hallazgo, la noche del 28 de marzo de 1993, de esta estrella que estalló en la galaxia M81 (en la constelación de la Osa Mayor) a una distancia de unos 12 millones de años luz de la Tierra, los científicos reconocen que las partes más íntimas...

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Cuando nos muramos, nos llevaremos una serie de imágenes del cielo". Así lo creía García Lorca. Y éste fue el mensaje que recibió el astrónomo aficionado Francisco García Díez de un colega en Estados Unidos a los pocos días de que la prensa neoyorquina se hiciera eco de su descubrimiento de la supernova SN 1993 J. Una década después, en el aniversario del hallazgo, la noche del 28 de marzo de 1993, de esta estrella que estalló en la galaxia M81 (en la constelación de la Osa Mayor) a una distancia de unos 12 millones de años luz de la Tierra, los científicos reconocen que las partes más íntimas de su estructura, como la corteza, siguen sin revelarse.

Aunque los últimos avances hacen tambalear la convicción generalizada de que la explosión tiene lugar en "una corteza ancha", por la tesis -aún no demostrada experimentalmente- de que en realidad "ésta se produce en dos cortezas muy estrechas", dice Juan María Marcaide, catedrático de Astrofísica de la Universidad de Valencia y coorganizador con Kurt Weiler, del Nacional Research Laboratory (EE UU), del I Congreso Internacional de Supernovas que reunió recientemente a 200 investigadores de una veintena de países en el Museo de las Ciencias de Valencia.

De lo que no hay duda es de que "nosotros, el Universo, existe gracias a las supernovas", explica Marcaide, "porque el universo cuando se crea, sólo tiene hidrógeno, y un poquito de helio. El resto de elementos químicos se forman en las supernovas", dice Marcaide. Por eso, insiste este astrofísico, "una de las cosas más importantes para saber cómo se forman las galaxias y los núcleos activos de éstas, consiste inevitablemente en conocer cómo se forman las estrellas y cómo mueren en explosiones supernova al principio de los tiempos".

Pero hay una forma, tal vez menos difundida, de descubrir la Astronomía: la caza de supernovas por parte de aficionados. Una técnica que en la década de los ochenta dio a la ciencia "la mitad de las supernovas descubiertas hasta 1993" y para la cual, el ya mítico reverendo australiano Bob Evans, -"toda una leyenda viva" según García Díez-, reivindica un lugar en el mundo de la Astronomía. "En la actualidad, todavía el 30% de las supernovas son descubiertas por aficionados. Y eso es muy importante: los ciudadanos de a pie tienen que saber que no tienen por qué ser matemáticos o físicos para poder hacer sus propias contribuciones", dijo Evans en el Congreso de Valencia.

No obstante, entre el deseo confeso y la realidad hay un trecho, casi tan grande como la distancia -"sólo 12 millones de años luz", puntualizó Evans- a la que se encuentra esta ya vieja conocida SN93J. Y él lo sabe mejor que nadie cuando ironiza con marcado acento provocador a cerca de: "¿Qué es un año luz?, ¿cómo podríamos descubrir una potencia de la magnitud de un trillón de bombas de hidrógeno (trillón con 24 ceros, no en versión inglesa)?, ¿cómo podemos buscar explosiones de supernovas en nuestros ratos libres, si la frecuencia con se presentan es cada cien años?". La repuesta de quien en su septuagenaria vida que cuenta en su haber con la paternidad de 40 supernovas descubiertas, fue concisa: "Sólo, mejorando las posibilidades", dice el astrónomo australiano.

Ello implica, una obstinada tenacidad, basada "en el desarrollo de unos hábitos de observación" tan propios de profesional de póquer que basa su riesgo en la "reducción de los márgenes de error", continúa Evans. O lo que es lo mismo: "No buscar en una sola galaxia, sino en 500".

De hecho las posibilidades de que un aficionado descubriera una supernova no fueron consideradas hasta 1981, precisamente cuando el reverendo australiano y su pequeño telescopio de 40 centímetros dio con una de estas explosiones estelares tras descartar la posibilidad de que se tratara de un asteroide. "No hay peor enemigo que los asteroides, que son los principales causantes de falsas alarmas en los buscadores aficionados de supernovas", coincide García Díez en su minucioso relato del particular hallazgo de su SN93J.

"Cuando se suponía que no iba a haber descubrimientos nuevos", sostiene el organizador del congreso, existe la posibilidad de "reajustar ciertos parámetros de la Física". Marcaide y un estudiante de su equipo, presentaron en el congreso, "después de filmar la S93J en 1995 y de estudiarla durante más de 3.000 días, un nuevo método de análisis por el que la certeza que -todos los que estudiamos supernovas, incluido yo mismo- pensábamos que era ancha, no es tal. Si no que la explosión se produce en dos cortezas muy estrechas".

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