Columna

El orden

El Eje Atlántico apunta a legitimar la superestructura del nuevo orden internacional mediante la desaparición de la ya de por sí residual influencia política y ejecutiva de la ONU y el establecimiento de un nuevo equilibrio de la correlación de fuerzas en la Comunidad Europea. El Eje Atlántico necesita una OTAN disciplinada y las Naciones Unidas como foro meramente testimonial o asamblea global simbólica. La OTAN sería la policía global al servicio de la nueva hegemonía, dispuesta a asumir las guerras preventivas que figuren en el catálogo de los diseñadores de la globalización.

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El Eje Atlántico apunta a legitimar la superestructura del nuevo orden internacional mediante la desaparición de la ya de por sí residual influencia política y ejecutiva de la ONU y el establecimiento de un nuevo equilibrio de la correlación de fuerzas en la Comunidad Europea. El Eje Atlántico necesita una OTAN disciplinada y las Naciones Unidas como foro meramente testimonial o asamblea global simbólica. La OTAN sería la policía global al servicio de la nueva hegemonía, dispuesta a asumir las guerras preventivas que figuren en el catálogo de los diseñadores de la globalización.

En cuanto Europa asuma los nuevos socios quedará más sucursalizada que nunca a la política norteamericana, siempre y cuando sigan obsoletas, cuando no secuestradas, las instituciones democráticas heredadas de la guerra fría. Ni siquiera son de fiar las aritméticas electorales y parlamentarias porque las hemos visto desbordadas por la aritmética de la sociedad civil cuando protesta contra el sentido de la globalización o contra las dos guerras imperiales de anexión, Afganistán e Irak. Un 80% de italianos e ingleses estaban contra el belicismo preconizado por sus mayorías parlamentarias y en España el 80% se convertía en un 91%.

Es posible que durante años en Europa funcione una conciencia social escindida, consciente de que sus necesidades no están suficientemente defendidas por una democracia viciadamente representativa, sin poder todavía construir la alternativa de una democracia participativa. Pero aunque cohabiten en una misma conciencia dos actitudes, la de discrepar y la de votar a lo que se discrepa, cada vez más una vanguardia de la sociedad civil global, a manera de nueva internacional, marcará la pauta de la fiscalización democrática. Hace 30 años, Berlinguer anunció la necesidad de que un partido de izquierda fuera a la vez de lucha y de gobierno, fórmula que hoy no está en condiciones de asumir el partido de izquierda que podría hacerlo. Y es que una de las omisiones más lacerantes que posibilitan el mundo resultante tras el linchamiento iraquí es la volatilización de la II Internacional. Titánic hundido a medio camino, entre Davos y Porto Alegre.

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