Columna

Costa delito

Los últimos datos policiales revelan que Alicante, Valencia y la recoleta Castellón están entre las seis ciudades peninsulares más peligrosas y más eficazmente amenazadas por los bandidos del este y del oeste, del sur y del norte, de los Andes y de Transilvania, de los Urales y del Magreb, y sobre todo de las castizas tierras ibéricas, que siempre fueron de una gran tradición delictiva, desde las capas marginales hasta la cúpula de los banqueros.

Hace cosa de un año el Ministerio del Interior, desbordado ante el gran crecimiento del índice de delitos al consumo, puso en marcha un plan p...

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Los últimos datos policiales revelan que Alicante, Valencia y la recoleta Castellón están entre las seis ciudades peninsulares más peligrosas y más eficazmente amenazadas por los bandidos del este y del oeste, del sur y del norte, de los Andes y de Transilvania, de los Urales y del Magreb, y sobre todo de las castizas tierras ibéricas, que siempre fueron de una gran tradición delictiva, desde las capas marginales hasta la cúpula de los banqueros.

Hace cosa de un año el Ministerio del Interior, desbordado ante el gran crecimiento del índice de delitos al consumo, puso en marcha un plan para reducir la inseguridad en nuestras calles, casas y vehículos. Pues bien, doce meses después del ingenioso experimento, las estadísticas indican que ha funcionado medianamente bien en cinco de las diez ciudades elegidas -entre ellas las populosas Madrid y Barcelona-, y que ha fracasado en las otras cinco, particularmente en Alicante y Valencia, dos urbes que se disputan a cara de perro el liderato nacional en asuntos criminosos.

¿Por qué se redujeron los delitos en Madrid y Barcelona y aumentaron en Alicante y Valencia? ¿Acaso nuestros policías son más incompetentes que los catalanes o los madrileños? ¿Tal vez nuestro bondadoso y pío delegado del gobierno es menos eficiente? La pregunta no es tan difícil de responder a poco que uno viaje. El otro día me fui a Barcelona. Tenía curiosidad por conocer el Raval, del que tantas tristezas me habían contado, y lo recorrí con gran placer. Me pareció un barrio bello y luchador, lleno de historia y de vida, con sus comercios cautivadores y sus tabernas de dignidad. Avancé luego hasta las calles más oscuras, y me topé allí con una jarana inquietante y con muchas de esas parejas de caballeros husmeadores que tanto vemos por Valencia y Alicante a toda hora y sin rumbo fijo. Mas, también fue por allí donde comprobé una gran diferencia con nuestras ciudades. ¿Cuál? Muy sencilla: en Barcelona había un coche de la policía en cada esquina de conflicto. Muchos más guardias que en Alicante y Valencia se divisaban. Por eso hay menos delitos. Elemental.

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