Columna

Memoria

Otra vez están aquí los tamborazos de Semana Santa. Yo siempre he visto una relación profunda entre la Semana Santa y nuestro desprecio popular, tradicional, hacia la música clásica europea. La clásica era música aciaga en nuestra época fundamentalista. Hablo de los años sesenta, por ejemplo. Estaba prohibido cantar desde las tres de la tarde del Jueves Santo hasta la Resurrección de Cristo. Se moría Cristo, y la televisión en blanco y negro echaba Via Crucis y películas de romanos en las que Cristo salía de espaldas y nunca se le veía la cara. El guionista de cine Ennio Flaiano culpaba de hip...

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Otra vez están aquí los tamborazos de Semana Santa. Yo siempre he visto una relación profunda entre la Semana Santa y nuestro desprecio popular, tradicional, hacia la música clásica europea. La clásica era música aciaga en nuestra época fundamentalista. Hablo de los años sesenta, por ejemplo. Estaba prohibido cantar desde las tres de la tarde del Jueves Santo hasta la Resurrección de Cristo. Se moría Cristo, y la televisión en blanco y negro echaba Via Crucis y películas de romanos en las que Cristo salía de espaldas y nunca se le veía la cara. El guionista de cine Ennio Flaiano culpaba de hipócritas a aquellas películas, que convertían a Cristo en imagen muda. ¿Por qué no habla, decía Flaiano, si sus palabras mejorarían cualquier guión imaginable? "Deja a tu familia y sígueme". "He venido para separaros con mi espada".

En la radio sólo sonaba música clásica, música de golpe militar y Semana Santa, horror armónico, es decir, la suma perfección del horror, y uno desarrollaba un institivo rechazo hacia la música vienesa, pero seguía adorando a los penitentes, que tenían disfraz, color y variedad. Las Semanas Santas de hoy son de muchísima más alegría, aunque siempre las ennoblezca un halo fúnebre-castrense, disciplinante, de trompeta, tambor y cirio. Nos emocionamos mucho, se nos encoge el corazón, lloramos un poco, disfrutamos, nos lo pasamos muy bien. En Andalucía el catolicismo puede ser un respetable desfile de máscaras sadomasoquista, es decir, placentero para una multitud. Ahora que vuelven las procesiones y las elecciones, recuerdo que me prometí a mí mismo no votar a políticos que, en razón de sus funciones públicas, participen en actos religiosos con sus insignias y bastones de mando y escoltados por fuerzas armadas. La religión es un asunto que debería ser privado, no estatal, sin armas.

En el Parlamento de Sevilla se aprobó el jueves el socorro a Irak, y se iban los diputados, sólo unos treinta aguantaron hasta el final de la sesión. ¿Era la desbandada del final de la guerra? ¿No soportaban tanto dolor? ¿Tenían que preparar el traje de penitentes? Antes de que se pongan la capucha, yo quisiera recordarles que al principio del verano de 1999 se descubrió que 190 toneladas de medicinas y comida para los albanokosovares habían acabado perdidas, olvidadas, pudriéndose, en naves industriales de Sevilla y Málaga. Allí estaban desde Semana Santa, precisamente, porque casi todas las guerras estallan en primavera. Hubo entonces cuarenta días de bombas primaverales, Belgrado bombardeada, otro caso de sangrienta injerencia humanitaria sin permiso de la ONU, aunque aquellas bombas tuvieran muchísimos partidarios.

La memoria es una cosa de bastante mal gusto (¿por qué este inoportuno tiene que salir ahora con esto?), pero yo les pediría a los diputados que recuerden aquellas 190 toneladas. Que se preocupen de que la ayuda votada llegue a Irak. Que no olviden ni confíen tanto en nuestra capacidad de olvido permanente. Que no insistan en demostrarnos que el negocio de las emociones y la movilización sentimental sólo son piezas esenciales de la propaganda de guerra.

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