Columna

Democracia e ira

Se publica un texto firmado por unas decenas de profesionales e intelectuales que, entre otras reflexiones y argumentos, hace un llamamiento a la "democracia sin ira", título y supuesta tesis final del mismo. Descontextualizado, semejante lema es incontestable, y hasta remite (de forma, esta vez sí, discutible) a aquella "libertad sin ira" que amenizó la sobremesa televisiva de nuestra adolescente Transición política. En su contexto, sin embargo, tanto literal como histórico, dicho texto constituye un manifiesto filopepero en toda regla. Legítimo en su adscripción, sí, aunque tendencios...

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Se publica un texto firmado por unas decenas de profesionales e intelectuales que, entre otras reflexiones y argumentos, hace un llamamiento a la "democracia sin ira", título y supuesta tesis final del mismo. Descontextualizado, semejante lema es incontestable, y hasta remite (de forma, esta vez sí, discutible) a aquella "libertad sin ira" que amenizó la sobremesa televisiva de nuestra adolescente Transición política. En su contexto, sin embargo, tanto literal como histórico, dicho texto constituye un manifiesto filopepero en toda regla. Legítimo en su adscripción, sí, aunque tendencioso en su inspiración y demagógico en sus términos, si analizamos la ira a la que se refiere. Podríamos extendernos ampliamente sobre si, desde un punto de vista semántico, filosófico o psicológico, hay clases de ira, pero ésta democrática a la que hacen referencia los firmantes resulta ser una ira partidista arbitrariamente seleccionada.

Algunos ejemplos circunscritos a nuestra ciudad ilustran esta impresión: 1) Tanto el Ayuntamiento de Madrid como la empresa Metrosur retiran su apoyo a la nueva edición del Festimad 2003 tras conocer, según los organizadores, el lema del mismo: La guerra mata. Se me ocurre que sólo la ira podría cegar tanto como para no suscribir esta verdad de tinte silogístico y de tan inocente formulación. 2) El presidente del Gobierno, comprensiblemente molesto por los pringosos ataques con huevos sufridos por algunos de sus correligionarios, entre otros el alcalde Álvarez del Manzano, declaró: "Se empieza por los huevos, detrás vienen las piedras, y detrás vienen las bombas". Aparte de la tan inoportuna (¿o será oportunista y, en consecuencia, apologética?) referencia a las bombas, lo cierto, sin embargo y por seguir escrupulosamente su razonamiento, es que en Bagdad sus amigos angloamericanos se saltaron los dos primeros pasos (me imaginé una Bagdad bombardeada con huevos aliados, qué amarilla, qué distinta, qué violencia naif) y que aquí semejante afirmación sólo conducía a una ira mayor y más explícita. 3) También el presidente del Gobierno declaró que las provocaciones observadas en las manifestaciones pacifistas no se veían desde el régimen nazi. No especificó a qué provocadores se refería, pero, sin duda, tamaño atrevimiento comparativo sólo podía ser producto de una ira desmedida, sólo a su vez comparable con aquella, indiscriminada, de la que precisamente en esas manifestaciones han hecho gala en Madrid las fuerzas antidisturbios de nuestra ya adulta y fuerte (por utilizar el término con que la califica el manifiesto filopepero) democracia.

No produce ira, pero sí democrática preocupación, el hecho de que un lema bondadoso como La guerra mata suponga la retirada del patrocinio del Ayuntamiento a un festival musical con la trayectoria del Festimad. Aunque me temo que en el Consistorio no sepan ni quién es, puede que también haya ayudado la presencia en su cartel de Marilyn Manson, enfant terrible del rock norteamericano, que vino a Madrid a presentar su nuevo disco, confirmó su asistencia al Festimad y lanzó un discurso pacifista que le honra tanto como su incombustible valentía. Marilyn Manson, con la ya clásica imagen de su glamour siniestro, expuso los ataques y la censura que sufre en los EEUU, recordó el compromiso de su lucha por la democracia y la libertad de expresión y dio noticia (una de las que nos sustrae la manipulación política informativa) del movimiento de artistas estadounidenses que se han opuesto a la invasión de Irak. Los relacionó con el movimiento contra la guerra del Vietnam, criminalizado entonces como ahora lo son los pacifistas y los artistas de aquí, lo que me hizo recordar el artículo de Gregory Krupey La derecha cristiana, el sionismo y la llegada del Penteholocausto (Cultura del Apocalipsis, ed. de Adam Parfrey, Valdemar 2002) en el que se hallan perlas como la cita del telepredicador James Robinson, que pronunció la plegaria inaugural en la Convención Republicana de 1984 por invitación de Ronald Reagan: "No habrá paz hasta que llegue Jesús. Quien predique la paz antes de su llegada está cometiendo herejía; va contra la palabra de Dios; es el Anticristo", o la del Reverendo Jerry Falwell: "Jesucristo no era un pacifista. No era un mariquita". Supongo que se refería a gente como Marilyn Manson, que vino a Madrid maquillado y con su novia. De aquellos polvos de allá estos lodos de acá. Estas iras.

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