Columna

No en el lugar de Dios

También a mí me gustaría hablar desde el lugar de Dios, pero sé que desde ese lugar no se habla y que la pretensión de hacerlo resulta sospechosa. Desde el aliento del primer aleph se hicieron todas las letras y todas sus posibles combinaciones, y todas las palabras y sus posibles combinaciones, y las múltiples interpretaciones y el mundo. Luego, la divinidad se contrajo.

Si volviera a hablar, entraría en el tiempo, y tendría que hablar sobre lo ya dicho y éste se resquebrajaría. Sería algo así como rehacer un olvido, recomponer lo que ya había sido destruido por un fallo de su m...

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También a mí me gustaría hablar desde el lugar de Dios, pero sé que desde ese lugar no se habla y que la pretensión de hacerlo resulta sospechosa. Desde el aliento del primer aleph se hicieron todas las letras y todas sus posibles combinaciones, y todas las palabras y sus posibles combinaciones, y las múltiples interpretaciones y el mundo. Luego, la divinidad se contrajo.

Si volviera a hablar, entraría en el tiempo, y tendría que hablar sobre lo ya dicho y éste se resquebrajaría. Sería algo así como rehacer un olvido, recomponer lo que ya había sido destruido por un fallo de su memoria: "una laguna en la memoria de Dios, y el mundo se hunde de repente en el vacío", escribió Edmond Jabès. Ese lugar está, por lo tanto, ocupado, y los seres humanos formamos parte de sus letras, sólo nos es dado interpretar: ser una voz entre otras.

¿Se deja de mirar para otro lado una vez que se ha cumplido con el ritual y mientras se espera a cumplir con el siguiente?
El lugar de Dios no puede servir para ocultar nuestras 'debilidades', aunque es para lo que vale habitualmente

Creí percibir ese lugar de Dios en el artículo Lecciones de la batalla, publicado el pasado martes en este periódico y firmado, entre otros escritores, por Anjel Lertxundi y Jorge Giménez Bech. En el paisaje después de la batalla que imaginan, ellos parecen situarse fuera de ese trance de vaivenes bipolares y hablar desde un lugar no implicado en la contienda. En ese futuro en negativo que dibujan, no es difícil, sin embargo, dar con el hueco que los cobija: ese verdadero lugar del que no hablan, pero desde el que hablan.

No seré yo quien los acuse de equidistancia. No hay equidistancia, sino lugares diversos, perspectivas, y está claro que el de ellos es el del PNV, o el del nacionalismo democrático, o el del actual Gobierno vasco si lo prefieren. Ese es el lugar vacío que destaca en su artículo, pero que lo llena todo, a salvo de la visión negativa que se reparte a partes iguales sobre el resto de los actores políticos. Ese lugar no es agente, sino paciente. Contraído, como la divinidad, parece ser el factótum de un mundo que le ha salido rana. La responsabilidad, por supuesto, es de la rana, que por algo fue dotada de libre albedrío.

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No niego derecho a ese lugar, ni a las voces que lo defienden, aunque pueda discrepar de ellas. Pero sí sería de agradecer que se lo desvelara, se lo hiciera aparecer como el lugar que es, y se lo defendiera también en positivo, no sólo en negativo, es decir, soltando dardos contra el resto. El lugar de Dios no puede servir para ocultar nuestras "debilidades", aunque es para lo que suele servir habitualmente.

Si hablo desde fuera, la maldad me excluye, pero aquí nadie habla desde fuera, todos estamos dentro. Y desde dentro, en realidad sólo desde dentro, se puede llegar a establecer criterios que nos pongan de acuerdo, no tanto sobre el bien y el mal, como sobre el desastre que estamos construyendo y sobre el tipo de sociedad en que nos gustaría vivir. Los autores hablan de su "inmenso pecado de desear vivir en la patria de la libertad... la única decentemente defendible". Bien, vayamos a ello.

Paso por alto algunas equiparaciones infundadas que se hacen en el artículo -"las filas del terror o de la venganza"-, equiparaciones que lo construyen de cabo a rabo, así como conclusiones aventuradas acerca de la "sombra del delito de opinión" que pueda planear sobre quienes se expresan en euskera, etc. Centrémonos, mejor, en un silencio que se oye en el artículo y que afecta precisamente a la libertad de los ciudadanos vascos.

Grave es que se mire para otro lado, tal como señalan los autores, cuando se produce el asesinato de Joseba Pagazaurtundua, pero el problema de las víctimas no puede quedar reducido a mera cuestión ritual. ¿Qué significaría en ese caso no mirar para otro lado? ¿Acudir a una concentración de repulsa, o tomar también conciencia de que ese no es un hecho casual, sino que afecta a un sector señalado de la población al que se le niega el derecho a expresarse y el derecho a vivir? ¿Se deja de mirar para otro lado una vez que se ha cumplido con el ritual y mientras se espera a cumplir con el siguiente? Ese es el problema sobre el que pasa de puntillas el artículo que comentamos: la situación en que se encuentra un sector de la población que también quiere vivir en libertad y que ve amenazada su vida. Y esa situación está apelando a la política.

Por eso resulta errónea la referencia que hacen los autores a la posposición de las medidas políticas. Aquí nadie está pidiendo tal cosa, sino denunciando floreos políticos que no tienen en cuenta lo esencial, de ahí que sea correcto pedir responsabilidades, seguramente en varias direcciones. Cuando el problema fundamental es la falta de libertad, con amenaza para su vida, de un sector señalado y numeroso de la población, esa y no otra ha de ser la prioridad que guíe e inspire los proyectos y la actividad política.

Dios no creó a los humanos para que ocuparan el lugar de su silencio, sino para que resolvieran, por ejemplo, esos problemas.

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