Columna

Paren esto

Había un periódico escrito en euskera y lo han cerrado por orden judicial. Soy absolutamente lego en materias judiciales e ignoro la procedencia o improcedencia de esa medida. Per eso, tiendo a aceptar las decisiones judiciales, aunque eso no me impide mantener como ciudadano algunos recelos sobre ellas. Como ciudadano, lamento por ejemplo la extrema judicialización a la que se está reduciendo la política vasca. Los jueces parecen estar sustituyendo a los políticos y la actividad de estos se está convirtiendo en una algarabía que los lleva a olvidarse incluso de sus deberes institucionales. Má...

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Había un periódico escrito en euskera y lo han cerrado por orden judicial. Soy absolutamente lego en materias judiciales e ignoro la procedencia o improcedencia de esa medida. Per eso, tiendo a aceptar las decisiones judiciales, aunque eso no me impide mantener como ciudadano algunos recelos sobre ellas. Como ciudadano, lamento por ejemplo la extrema judicialización a la que se está reduciendo la política vasca. Los jueces parecen estar sustituyendo a los políticos y la actividad de estos se está convirtiendo en una algarabía que los lleva a olvidarse incluso de sus deberes institucionales. Más grave aún, les lleva a transformar las instituciones en instrumentos partidistas, casi en un apéndice de la sede del partido que ocasionalmente las gobierna. Como ciudadano, es decir, como individuo dotado de derechos para participar en la vida pública, se me condena al estupor y al ostracismo.

No soy un jurista para tener una opinión competente sobre las decisiones que copan hoy en exclusiva el quehacer político; tampoco me puedo sentir representado por unas instituciones que actúan casi como un apéndice de unas sectas a las que no pertenezco. Se me pide, al parecer, un alineamiento ciego, casi un acto de fe, lo cual va en contra de la autonomía que me constituye en ciudadano y en agente político del demos. Mi papel actual: no sabe, no contesta, solamente padece. El espectáculo de ver a las distintas instituciones del Estado a la greña me parece lamentable: instituciones que se manifiestan contra instituciones; instituciones que se querellan con otras instituciones. A eso se está reduciendo la política: una actividad que roe rabiosamente la estructura del Estado como tal.

Es posible que la prudencia hubiera aconsejado mantener abierto Egunkaria hasta que se resolviera judicialmente el caso y se pudiera actuar después en consecuencia. Pero sigo hablando como ciudadano, ignorante en materias legales. Cuando supe la noticia, comenté: se ha actuado contra algo cuya influencia mediática es mínima, pero cuyo poder simbólico es monumental. Los efectos no se hicieron esperar, aunque comprendo que la justicia no tiene por qué reparar en contenidos simbólicos ante la sospecha de una actividad delictiva: el político, seguramente, sí. Pero quiero cambiar de tercio, pues otros más expertos que yo han hablado ya sobre la corrección o incorrección del cierre de Egunkaria. De lo que apenas se ha hablado, especialmente en el mundo euskaldun, es del otro aspecto, tenebroso, que nos revela el caso. Es muy grave que se cierre el único periódico en euskera, pero es también muy grave la sospecha, al parecer no infundada, de que el único periódico en euskera, financiado en gran medida con dinero de los contribuyentes, pudiera ser un instrumento de ETA, y esto es algo que a nadie ha preocupado. ¿Conviene borrar esa sospecha, anularla -que es lo que se está haciendo-, o conviene más bien, por salud democrática y por la salud del propio idioma, enfrentarse a ella?

Decenas de miles de personas se manifestaron el pasado sábado en San Sebastián contra el cierre de Egunkaria. Es evidente que muchos de esos miles de personas no han sentido nunca necesidad o interés en leerlo, porque Egunkaria edita tan sólo quince mil ejemplares. Al margen de la necesidad, quizá esos miles de personas se manifestaron contra lo que consideraban una injusticia, aunque es posible, y es lo que creo, que fuera la raspadura del símbolo la que actuara como pretexto para un victimista cierre comunitario. Huérfana últimamente la comunidad nacionalista de pretextos victimistas, por fin se le ofrecía uno. A eso conduce la no política, al cierre comunitarista. Y los cierres comunitarios -y en Euskadi hay que empezar ya a utilizar el término en plural- arrastran hacia un gravísimo enfrentamiento civil, en el peor de los casos, o a un enquistamiento del problema, en el menos malo. ¿Es eso lo que se persigue?

Y para terminar, quiero referirme al artículo publicado en este periódico por Iban Zaldua, Bernardo Atxaga y Anjel Lertxundi, entre otros. Discrepo en algunos aspectos, aunque aprecio su buena intención. Al final abogan por una ruptura del vínculo entre ideología y euskera, pero pienso que ése es un paso que lo deben dar ellos, los que conocen el idioma -no los que no lo conocen- y en especial los maestros del idioma, de manera ejemplar. ¿Cambiando de ideología? En absoluto. Bastaría un gesto que aún no se han atrevido a dar, un gesto ejemplar. De la misma manera que han dedicado de forma colectiva un artículo monográfico al cierre de Egunkaria, se echa de menos que ningún colectivo de escritores euskaldunes, no digamos ya alguna asociación, se haya pronunciado de forma categórica y exclusiva contra el mayor drama que sufre la sociedad vasca: el asesinato por motivos ideológicos. Estamos a la espera.

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