Columna

Tríptico

INSPIRÁNDOSE EN una obra del dramaturgo Chikamatsu Monzaemon, el autor más popular del teatro clásico de marionetas japonés, Bunraku, el cineasta japonés Takhesi Gitano ha hecho un tríptico sobre el amor en el filme titulado Dolls (2002), como las maravillosas muñecas articuladas de porcelana que se usan en esta hermosa tradición y cuya evolución escénica está acompañada por el canto de la voz humana y el penetrante sonido de las cuerdas de un instrumento musical. Mientras en la parte central del tríptico, dos jóvenes amantes desgraciados de la actualidad, emulando a los no menos...

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INSPIRÁNDOSE EN una obra del dramaturgo Chikamatsu Monzaemon, el autor más popular del teatro clásico de marionetas japonés, Bunraku, el cineasta japonés Takhesi Gitano ha hecho un tríptico sobre el amor en el filme titulado Dolls (2002), como las maravillosas muñecas articuladas de porcelana que se usan en esta hermosa tradición y cuya evolución escénica está acompañada por el canto de la voz humana y el penetrante sonido de las cuerdas de un instrumento musical. Mientras en la parte central del tríptico, dos jóvenes amantes desgraciados de la actualidad, emulando a los no menos desdichados de la pieza de Chikamatsu, deambulan, atados entre sí por una cuerda, por un paisaje que cambia con las cuatro estaciones del año, hasta quedar colgados en el árbol saliente de un precipicio por el que han caído, quedando así sus inertes cuerpos como el de las marionetas guardadas tras una actuación, en cada una de las dos caras laterales se desarrollan simultáneamente el par de historias eróticas abatibles que la acompañan: las de otras dos parejas de amantes, marcadas asimismo por el signo de una pasión mortal.

El refinado y decadente Shimamura, protagonista de la novela País de nieve (Emecé), de Yasunari Kawabata, se vio también inesperadamente envuelto por la creciente atracción erótica por una joven geisha, Komako, a la que había conocido durante sus ocasionales retiros en una estación termal de la frígida costa oeste de Japón. El cínico Shimamura, cuya vida transcurría en medio de aficiones estéticas inútiles, se quedó perplejo, sin embargo, ante ese arrebato sin sentido que es el amor, y, al final, él mismo se vio colgado de la Vía Láctea, cuya fosforescencia le aspiró hasta sentir "su propia silueta recortada en una sombra, tan múltiple e infinita como las estrellas y tan innumerablemente multiplicada como puntos argénteos hubiese en la luz lechosa y hasta en el reflejo espejeante de las nubes".

Al final de la pieza de Chikamatsu, evocada en la película de Kitano, la marioneta del amante masculino, Chubei, arrastra a su amada Umegawa a escaparse juntos sin destino, alegando, airado, que ninguna ambición humana tiene sentido salvo la de la inútil y mortal pasión. Kitano ha declarado que la idea de hacer pasear a sus amantes prendidos por una cuerda le vino al recordar la imagen infantil de dos vagabundos que iban de esta guisa y que la gente de su ciudad llamaba los "mendigos atados". "¿No hay quién nos desate?", puso el ilustrado Goya al pie de la estampa número 75 de los Caprichos, donde un hombre y una mujer desesperados pugnan por desasirse de sus ligaduras. Es difícil, en todo caso, desenredar el nudo de los mendigos del amor, antes, al menos, de que sean aspirados por el torbellino de la Vía Láctea y formen parte de su punteado resplandor sin fundamento.

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