Columna

Lo que dice la letra pequeña

La información decisiva, la que lo cambia todo, se contiene a menudo en la letra pequeña de los contratos. Todos lo hemos visto o padecido alguna vez. La claúsula que suspende la garantía o la condición que impide el reembolso o la reserva que nos deja descubiertos suelen agazaparse ahí, en la fortaleza kafkiana del texto minúsculo y la tinta pálida que los profesionales de la venta nos inducen a desatender y que nosostros, obedientes o inconscientes o impacientes, las más de las veces desatendemos. Y es precisamente esa desatención, ese desdén, lo que nos perderá llegado el caso, es de...

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La información decisiva, la que lo cambia todo, se contiene a menudo en la letra pequeña de los contratos. Todos lo hemos visto o padecido alguna vez. La claúsula que suspende la garantía o la condición que impide el reembolso o la reserva que nos deja descubiertos suelen agazaparse ahí, en la fortaleza kafkiana del texto minúsculo y la tinta pálida que los profesionales de la venta nos inducen a desatender y que nosostros, obedientes o inconscientes o impacientes, las más de las veces desatendemos. Y es precisamente esa desatención, ese desdén, lo que nos perderá llegado el caso, es decir, la avería, el siniestro o el desengaño.

Aplicar la imagen de la letra pequeña a los intercambios y sucesos de la actualidad va a permitirme hoy articular dos reflexiones. En ambas, como en tantas transacciones comerciales que nos someten, la clave está en lo que se presenta como secundario. Y el peligro, en el descuido o el olvido.

La primera reflexión es en realidad una representación, una especie de fotocopia del contrato-tipo que rige la organización del poder social, y en el que los dirigentes políticos e institucionales aparecen escritos con mayúsculas, por razones que son sólo de índole práctica, es decir, de servicio; mientras que la ciudadanía ocupa las posiciones clave de la letra pequeña. Este es el diseño original de la democracia.

Conviene tenerlo presente, recordar -especialmente hoy- que corresponde a los ciudadanos la decisión última del poder, la posibilidad de fijar las claúsulas y las condiciones de su ejercicio. Si olvidar esa capacidad y esa responsabilidad de la letra pequeña ciudadana resulta arriesgado siempre -acostumbra a la ademocracia, que es el río revuelto de los pescadores del ordeno y mando-, hoy es temeridad, visto el destape autoritario de muchos de nuestros gobernantes, que han perdido los papeles, esto es, la noción de lo que significa ser representantes y servidores públicos.

La segunda reflexión tiene que ver con el tratamiento mediático de los accidentes, con lo que, en esos casos, se considera información relevante, de título; o por el contrario, letra desdeñable. La seguridad de los transportes de pasajeros se suele abordar sólo desde el siniestro. Se recoge el choque de un tren y un camión en el mismo paso a nivel sin barreras; o el vuelco de otro autobús. O el tercer accidente aéreo que en muy poco tiempo se ha producido en una ruta. Esas son las noticias. Y no lo entiendo, porque, de nuevo, la información que cuenta de verdad, la que encierra el peligro y el remedio, está en otra parte. Por ejemplo, en el estado lamentable, agónico, de muchos trenes que circulan a diario. O en los pasos a nivel que el Gobierno no se decide a encerrar a pesar de que son puntos negros multireincidentes. O en las subcontrataciones de servicios que desdibujan las responsabilidades y desactivan de rebote y de facto los mecanismos de control. O en la infracción manifiesta de muchas normas básicas.

Los (tele)diarios deberían aplicar la lógica de la letra pequeña y llenarse de titulares como éstos: "Un día más Renfe se atreve a llevar a cientos de pasajeros en una ruina". "Un día más alguien que no ha pasado control alguno ha pilotado un avión". "Un día más los pasajeros de un autobús de largo recorrido han visto cómo su conductor manejaba al unísono el volante y el teléfono móvil, tan campante".

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