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El silencio de Raúl

La veta teatral del fútbol obliga a pensar en la respuesta de Raúl al largo monólogo que ha protagonizado Fernando Torres durante la semana. Protagonismo merecido, en cualquier caso, por el efecto de su espectacular gol al Deportivo y por la alegría que siempre produce la llegada de un muchacho al estrellato o sus inmediaciones. En estas cuestiones el fútbol practica la típica generosidad del que no pierde la vista de los dividendos. La inversión en jóvenes prodigios procura dos beneficios indudables: recrea el ciclo de la vida -el juego sigue fértil y saludable por su capacidad para gestar jó...

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La veta teatral del fútbol obliga a pensar en la respuesta de Raúl al largo monólogo que ha protagonizado Fernando Torres durante la semana. Protagonismo merecido, en cualquier caso, por el efecto de su espectacular gol al Deportivo y por la alegría que siempre produce la llegada de un muchacho al estrellato o sus inmediaciones. En estas cuestiones el fútbol practica la típica generosidad del que no pierde la vista de los dividendos. La inversión en jóvenes prodigios procura dos beneficios indudables: recrea el ciclo de la vida -el juego sigue fértil y saludable por su capacidad para gestar jóvenes estrellas que suceden a los cansados héroes- y celebra con entusiasmo el efecto publicitario que supone la aparición de un presunto mesías. Raúl sabe mucho de estas cosas. Pasó por el trance de Fernando Torres hace casi nueve años y salió ganador del desafío. Con la perspectiva que merece su carrera, tiene todo el derecho a proclamarse gran figura. Más que eso: figura de dimensiones históricas en el Real Madrid.

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Es revelador el tránsito de Raúl desde su deslumbrante llegada al Madrid hasta su actual condición de monarca del fútbol español. La misma inteligencia que demuestra en el campo de juego la ha aplicado a la gestión de su fama y de su poder. Lo ha logrado después de atravesar por un campo minado, el que pone a prueba los reflejos y la astucia de cualquier chico con maneras en el fútbol. No es que Raúl fuera inmune a los daños de su prematura celebridad, lo interesante ha sido la respuesta a todas las situaciones que han comprometido su carrera o su imagen. Padeció épocas de turbulencias y pudo sucumbir a la banalización comercial que distingue al fútbol de hoy -aquella portada a lomos de un elefante tras marcar su primer gol con el Madrid es inolvidable-, pero resolvió cada situación de amenaza acentuando exclusivamente el rasgo futbolístico. Fuera de su condición de excepcional jugador, Raúl es un enigma: no participa de la jarana social, es refractario a la adulación y se refugia en un discurso sin aristas cuando expone sus opiniones en los medios.

En muchos aspectos, es un hombre invisible, deliberadamente invisible, ajeno a cualquier tribulación que le pueda distraer de lo fundamental, que es atender a un par de ambiciones muy legítimas: hacer historia como futbolista y gestionar el poder al que se ha hecho merecedor en el Real Madrid. En la misma semana de la entronización mediática de Fernando Torres, el silencio de Raúl resulta todavía más reseñable. De algún modo es un mensaje aleccionador para el joven jugador del Atlético de Madrid: yo pasé por todo eso, toma nota de lo que he hecho. Y también es una forma de desafío, la de un hombre que desde hace mucho tiempo sólo habla en el campo. Y de qué manera.

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