LA COLUMNA

Credibilidad

EN POLÍTICA, la credibilidad es la clave del éxito. La credibilidad es un efecto de la acción del político, pero el momento en que llega y el momento en que se va son casi siempre impredecibles. Y, sin embargo, es un atributo que cuando se pierde es casi imposible de recuperar. ¿Han perdido Aznar y su Gobierno la credibilidad? Ésta es la cuestión clave al inicio de un año y medio de extrema tensión electoral. La respuesta de la opinión pública al hiperactivismo súbito que le ha entrado al PP, después de su semestre negro, nos dará la medida de su credibilidad. Porque cuando ésta declina, de po...

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EN POLÍTICA, la credibilidad es la clave del éxito. La credibilidad es un efecto de la acción del político, pero el momento en que llega y el momento en que se va son casi siempre impredecibles. Y, sin embargo, es un atributo que cuando se pierde es casi imposible de recuperar. ¿Han perdido Aznar y su Gobierno la credibilidad? Ésta es la cuestión clave al inicio de un año y medio de extrema tensión electoral. La respuesta de la opinión pública al hiperactivismo súbito que le ha entrado al PP, después de su semestre negro, nos dará la medida de su credibilidad. Porque cuando ésta declina, de poco sirve avasallar a la opinión con propuestas pensadas para regalar sus oídos. Ya nada suma en el activo de quien ha perdido la virtud.

Aznar ha necesitado seis meses y la gran sacudida del Prestige para comprender que su proyecto descarrilaba, su credibilidad estaba amenazada y su sucesión podía convertirse en un barullo. Por fin, llegaron las navidades y el presidente se dio cuenta de que tenía que reaccionar. Lo ha hecho en dos planos: Ha convocado al zafarrancho de combate: movilización general, con los ministros dando conferencias de prensa a todas horas, sin respetar siquiera los días festivos. Y ha desempolvado la bandera que más dividendos le ha dado: la lucha antiterrorista, y a su estela, la cuestión de la seguridad ciudadana. Sarkozy, el superministro francés, es el modelo a copiar.

Poco le importa a Aznar haber puesto en peligro el pacto antiterrorista, que, dicho sea de paso, ha demostrado la debilidad de no ser un verdadero pacto de Estado, sino un simple pacto entre dos partidos, sometido, por tanto, a la competencia y las tensiones entre ambos. Pero Aznar va a lo suyo, es decir, a tratar de recuperar la iniciativa política. El respeto a lo pactado le importa poco: o se toma o se impone la mayoría absoluta.

En situación de crisis, pocos experimentos. Aznar se aplica a aquello que más cómodo le resulta. Y la demagogia en materia de seguridades parece un valor seguro. Arenas lo ha explicado criticando a la juez Alonso: "No es eso lo que respalda la sociedad mayoritariamente". Cuando un Gobierno quiere conducir la justicia en la dirección del aplauso público es siempre peligroso. Pero a Aznar lo que le importa es hacer ruido: vamos a hacer más difícil que los terroristas salgan de la cárcel. A la ciudadanía le suena bien. Pero a la ciudadanía no se le explica que ni uno sólo de los reinsertados de ETA (y son más de 350) ha vuelto a delinquir. Y que la reinserción hace mucho daño a la organización terrorista. De los terroristas a la delincuencia callejera, Aznar tira millas; sin apenas dejar tiempo a que se discuta una propuesta, ya engarza con la otra. Y siempre esperando pillar en fuera de juego a la oposición.

Aznar tiene dos problemas para salvar exitosamente este envite. El primero es que lleva más de seis años gobernando y la delincuencia ha aumentado sensiblemente en este país, a pesar de que las cárceles están más llenas que nunca. No me parece ningún éxito batir récords de población penitenciaria en Europa. Pero es directamente un fracaso si encima la delincuencia no disminuye. ¿Por qué las soluciones mágicas de Aznar tienen que serlo ahora si no lo fueron antes? El segundo problema es la percepción que la ciudadanía tiene del PP. En las encuestas de opinión, si se pide a los ciudadanos que coloquen a los partidos políticos sobre una gráfica del espectro ideológico de los españoles, el PSOE está prácticamente en el centro de la zona en la que se sitúa la mayoría, mientras que el PP está claramente escorado a la derecha. La cara de ogro que Aznar ha puesto en las últimas semanas puede tener efectos rememorativos no deseados por el presidente.

Las encuestas de los próximos meses nos sacarán de dudas sobre si el PP ha perdido la credibilidad o todavía tiene reconocimiento suficiente como para que sus iniciativas sumen. Aznar lucha, sin embargo, en un panorama complicado: el Prestige tendrá todavía mucho recorrido; si Estados Unidos va a la guerra con Irak, el presidente tendrá forzosamente que explicar su sumisa alineación con Bush ante una opinión pública muy contraria; la situación económica no se aclara; y, en esta coyuntura, problemas como el de la vivienda se agrandan. Todo ello, sin olvidar que la lucha por la sucesión de Aznar se encarnizará a medida que se acerque el momento decisivo. ¿Le bastará el discurso antiterrorista para recuperar el terreno perdido?

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