Reportaje:

El duro lecho del metro

38 indigentes duermen en la estación de Atocha en su primera noche de apertura como refugio contra las bajas temperaturas

"Salta a la vista que éste no es un lugar digno para nadie, pero, claro, la calle, con el frío que hace, es mucho peor", explica Juan (nombre ficticio), de 30 años. Se refiere a la estación de metro de Atocha, que este jueves, como cada año cuando los termómetros bajan de cero grados, abrió su refugio nocturno para indigentes que no quieren acudir a los albergues o que no encuentran plaza en ellos. El recinto, abierto de 22.00 a 8.00, es un pasillo sin ventilación donde las personas sin hogar deben dormitar sobre cartones o arrebujados en sus gabanes. No hay colchones ni mantas y sólo existe u...

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"Salta a la vista que éste no es un lugar digno para nadie, pero, claro, la calle, con el frío que hace, es mucho peor", explica Juan (nombre ficticio), de 30 años. Se refiere a la estación de metro de Atocha, que este jueves, como cada año cuando los termómetros bajan de cero grados, abrió su refugio nocturno para indigentes que no quieren acudir a los albergues o que no encuentran plaza en ellos. El recinto, abierto de 22.00 a 8.00, es un pasillo sin ventilación donde las personas sin hogar deben dormitar sobre cartones o arrebujados en sus gabanes. No hay colchones ni mantas y sólo existe un retrete.

La noche ha sido tranquila. Al menos eso opina Juan, uno de los 38 indigentes (el 92% hombres) que se refugiaron el jueves en este rincón del suburbano. "Aquí, aunque no hay comodidades, al menos nadie se mete contigo, porque he oído que en los albergues hay gente violenta", explica este hombre que lleva sólo un día a la intemperie por "problemas personales". "Estoy buscando soluciones para no seguir así, pero me temo que, por ahora, tendré que volver al metro", comenta desesperado. Si regresa, irá bien pertrechado con mantas. "Nos habían dicho que las daban aquí, pero no es cierto", añade.

"Éste no es un lugar digno para nadie, pero la calle, con el frío que hace, es mucho peor"

A su lado, Pepe, de 24 años, insiste en el rechazo a los albergues. "Yo prefiero dormir en una obra que en esos sitios donde sólo hay broncas y robos", afirma. Pese a su corta edad, este joven conoce bien el dormitorio de Atocha, al que ya recurrió el año pasado y el anterior. "Ahora he tenido que refugiarme en el metro por problemas de convivencia, pero a veces paso la noche en casa de mi familia o, si consigo trabajo de albañil, en una pensión", explica de forma críptica.

Óscar no ha pegado ojo. "En el suelo y sin mantas lo único que puedes hacer es sentarte y descansar un poco, pero no duermes a pierna suelta", detalla. Es la segunda noche que pasa en la calle tras un conflicto con su familia, que vive en Madrid. Pero este treintañero espera volver pronto a Zaragoza, donde reside con un amigo. "Esta noche al metro han venido voluntarios de la ONG Solidarios para el Desarrollo para repartirnos caldo, café, bocadillos y chocolatinas y me dicen que también ha estado un trabajador social municipal. Pero yo echo en falta que haya asistencia social de madrugada porque, además de un lugar para dormir, necesitamos alguien que nos escuche y oriente", explica.

El trabajador social sólo suele acudir a este dormitorio suburbano a primeras horas de la noche. Pero, según fuentes municipales, está previsto que, a partir de hoy las Unidades Móviles de Emergencias Sociales (UMES) visiten el recinto a las 8.00, para ayudar y, si es necesario, llevar a algún centro a los indigentes que hayan pernoctado en él.

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Su presencia podría servir de ayuda en casos como el de Baltasar, un asturiano de 49 años con graves problemas de alcohol que ayer, tras abandonar el refugio, se quedó tirado en uno de los pasillos del metro.

Los vigilantes insistían en que debía incorporarse y marcharse, pero él seguía tumbado sobre sus bártulos quejándose de que le dolían mucho los pies. "Tuve un accidente y, desde entonces, siento calambres que luego se me pasan cuando camino", explicó. "Es verdad que anda muy mal", reconocía uno de los guardias de seguridad, "pero no le podemos dejar que esté ahí porque entonces protestará algún viajero". Finalmente, lo levantaron entre dos vigilantes y, a duras penas, y arrastrando un carrito, una bolsa de deporte y una caja de vino, consiguió salir a la glorieta de Carlos V. Pero, ya en la calle, volvió a quedarse tirado en un portal.

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