Crítica:ESTRENOS

Un magnífico reparto cojo

Comienza bien, con nitidez expositiva, con buen ritmo y agilidad, con garra y buena definición de tipos, esta irregular, con una desarmonía grave en el reparto, reconstrucción de la larga vida española del escritor inglés Gerald Brenan.

La sostiene ante todo una buena captura del paisaje humano de la vida en la Alpujarra de los años veinte, paisaje del que brotan concreciones muy vivas, como las admirables composiciones de Antonio Resines del cura y de Ángela Molina de la amante del cura; y las de Guillermo Toledo, Consuelo Trujillo y Verónica Sánchez, que están sobrados de gracia y alc...

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Comienza bien, con nitidez expositiva, con buen ritmo y agilidad, con garra y buena definición de tipos, esta irregular, con una desarmonía grave en el reparto, reconstrucción de la larga vida española del escritor inglés Gerald Brenan.

La sostiene ante todo una buena captura del paisaje humano de la vida en la Alpujarra de los años veinte, paisaje del que brotan concreciones muy vivas, como las admirables composiciones de Antonio Resines del cura y de Ángela Molina de la amante del cura; y las de Guillermo Toledo, Consuelo Trujillo y Verónica Sánchez, que están sobrados de gracia y alcanzan momentos vivísimos, casi explosivos. La sostiene también una magnífica graduación, con refinadas dilaciones, del idilio entre Mathew Goode, que interpreta (mal) a Brenan, y Verónica Sánchez, que compone con derroches de verdad a su criada amante.

AL SUR DE GRANADA

Dirección y guión: Fernando Colomo. Intérpretes: Mathew Goode, Verónica Sánchez, Guillermo Toledo, Consuelo Trujillo, Antonio Resines, Ángela Molina, Bebe Rebolledo. Género: drama. España, 2002. Duración: 111minutos.

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Y la sostienen escenas muy bien escritas y filmadas, como la del parto, que alcanza muy altas calidades; y la primera, resuelta de forma sencilla y creible, escena de amor; y la de la pérdida de la virginidad; y la de la trilla; y la de la despedida en el cruce de caminos; y la de la muerte del cacique. Hay esmero y buen oficio en la composición y encadenamiento de estos instantes nobles, libres y altos.

Pero chirría, y parece ajena, casi añadida, la vértebra del relato, el propio Brenan, al que Mathew Goode no logra definir como personaje, ni dar intensidad a sus actos, de modo que Brenan flota sin identidad precisa en un relato en el que parece más un invitado de lujo que el verdadero protagonista y vertebrador de todos los sucesos y personajes. Cuanto rodea a Goode es más convincente que él, y esto, a medida que la película se adentra en sí misma, daña a la secuencia y la hace arrítmica y amorfa, desprovista de médula.

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