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Argentinos

No hay duda de que el 2002, recién dejado atrás, ha sido el año de los argentinos. Primero fueron arte y parte fundamental en el doblete del Tau. Luego, durante el verano, se ganaron merecidamente el honor de ser el primer equipo en doblegar a la banda de egocéntricos e individualistas norteamericanos. También hicieron méritos suficientes para ser campeones del mundo y, de alguna forma, lo consiguieron sentimentalmente. En primera instancia, no resulta un gran consuelo, pero sí lo será con el paso del tiempo, pues perdurarán mejor en el recuerdo que los campeones yugoslavos, de la misma maner...

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No hay duda de que el 2002, recién dejado atrás, ha sido el año de los argentinos. Primero fueron arte y parte fundamental en el doblete del Tau. Luego, durante el verano, se ganaron merecidamente el honor de ser el primer equipo en doblegar a la banda de egocéntricos e individualistas norteamericanos. También hicieron méritos suficientes para ser campeones del mundo y, de alguna forma, lo consiguieron sentimentalmente. En primera instancia, no resulta un gran consuelo, pero sí lo será con el paso del tiempo, pues perdurarán mejor en el recuerdo que los campeones yugoslavos, de la misma manera que al Campeonato del Mundo de fútbol de Alemania 74 se le recuerda sobre todo por el juego de la Holanda de Cruyff, también subcampeona, más que por lo que mostraron los campeones, los alemanes. Afortunadamente, no sólo de títulos vive la memoria colectiva.

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En esta temporada, a los ya clásicos Oberto, Scola, Hasen, Nocioni o Espil se les han unido importantes piezas, como Paladino en el Tau, Kammerich en el Pamesa o Hermann en el Fuenlabrada. Y algún club como el Pamesa anda de pesca por ahí, pezqueñines incluidos. Todos, veteranos y noveles, ¿dónde he oido yo esto antes?, cuentan con un gran peso específico en sus respectivos equipos y, desde luego, forman el colectivo foráneo más productivo e impactante de todos los que integran la Liga ACB. ¿Qué será lo que tienen? Pues lo primero, y esto es extensivo a casi todos los deportes, los argentinos son grandes competidores. Tienen un enorme carácter, aplican a su juego una gran intensidad y no conocen el miedo. Viendo a cualquiera de ellos, se aprecia enseguida que les va la vida en el juego. Sin llegar a la filosofía Bilardo y su ya famoso "¡písalo, písalo!", los adversarios son considerados en la cancha como enemigos, y al enemigo..., ni agua. Esto les genera una agresividad destacable, que aplican en ambos lados de la pista y les hace tremendamente apreciables para entrenadores y aficionados. A un argentino hay que rematarlo -en el buen sentido-, ya que, si no, corres el peligro de que se vuelva a levantar. Son orgullosos, provocadores y pendencieros en un grado aprovechable y la palabra rendición no suele aparecer en su diccionario. El idioma común y una historia y cultura entrelazada entre su país de origen y el de destino han posibilitado que su adaptación a los aspectos extradeportivos haya sido tambien muy natural.

En definitiva, abierta la puerta por el Tau, cada temporada contamos con un mayor número de jugadores capaces en lo técnico y en lo emocional, dispuestos a forjar sus carreras de forma muy exigente y que, poco a poco, se están haciendo un hueco en la aristocracia individual de la Liga. Son los argentinos de origen -varios de ellos ya tienen otras nacionalidades-, los hombres del 2002, el colectivo inmigrante estrella de la ACB. Que sigan llegando.

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