Columna

Reptiles

No es un cuento. Me explicó la historia hace tiempo su protagonista. A finales de los años cincuenta, un joven periodista publicó en un diario valenciano varias informaciones sobre el malestar de los vecinos de los pisos altos por la falta de presión en el suministro de agua potable a ciertos barrios de la ciudad. Convocado un día por un directivo de la compañía concesionaria, rechazó una jugosa oferta para que dejase de interesarle el asunto (años después descubriría con pena que su jefe, en cambio, sí que había aceptado la dádiva). Se respiraba entonces el ambiente espeso del franquismo y lo...

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No es un cuento. Me explicó la historia hace tiempo su protagonista. A finales de los años cincuenta, un joven periodista publicó en un diario valenciano varias informaciones sobre el malestar de los vecinos de los pisos altos por la falta de presión en el suministro de agua potable a ciertos barrios de la ciudad. Convocado un día por un directivo de la compañía concesionaria, rechazó una jugosa oferta para que dejase de interesarle el asunto (años después descubriría con pena que su jefe, en cambio, sí que había aceptado la dádiva). Se respiraba entonces el ambiente espeso del franquismo y los "fondos de reptiles", que el canciller prusiano Bismarck institucionalizó en la segunda mitad del XIX para sobornar a periodistas y a sus medios, se amparaban en la comodidad opaca de la dictadura. Medio siglo después, la empresa que ha visto renovada la centenaria concesión urbana sale en los papeles involucrada en una operación política de creación de grupos de comunicación con todo tipo de apoyos económicos a medios periodísticos de por medio. Eduardo Zaplana, un personaje berlusconiano que confunde, como ha señalado Daniel Gavela sobre el Ejecutivo del PP, gobernar con "mediatizar", intentó utilizar Aguas de Valencia, una sociedad controlada por los suyos, y a su socio mayoritario, el potente grupo francés Bouygues, para articular su tinglado mediático. No le ha salido bien, en parte porque la democracia permite hacer transparentes ciertas cosas, en parte por un conflicto interno de intereses. No es verosímil que la consejera portavoz de la Generalitat, Alicia de Miguel, ella misma implicada en la operación, ofrezca hoy en las Cortes respuestas convincentes a todas las preguntas, alguna de ellas tan obvia como la siguiente: Aunque Fernando Abril Martorell, que tanto mandó en España durante la transición, fuera antes su presidente, ¿qué significa renovar a un tiempo la concesión por medio siglo y poner al frente de la firma gestora a un cargo público y orgánico del partido en el poder como Aurelio Hernández, despedido ahora de consejero delegado y todavía alcalde de Cárcer y presidente popular de la Ribera? Queda claro, en fin, que los reptiles se resisten a desaparecer.

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