Crítica:POP | SAINT ETIENNE

Encanto y desdén

No sólo el nombre tiene sabor afrancesado en el cuarteto británico que el lunes encabezaba la segunda jornada madrileña del festival Wintercase 2002. Saint Etienne posee en la fragilidad de su cantante, Sarah, el punto lánguido de las vocalistas francesas de los sesenta. Candor y encanto que parte de cierta pose indolente: apenas se mueve, sonríe poco, no hace concesiones a la galería y a veces suena como una edulcorada cantante de estándares del pop.

Pero, ¡ojo!, no es así la cosa. Sobre ese indisimulado desdén, Saint Etienne propone miles de recursos para construir estupendas melodías...

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No sólo el nombre tiene sabor afrancesado en el cuarteto británico que el lunes encabezaba la segunda jornada madrileña del festival Wintercase 2002. Saint Etienne posee en la fragilidad de su cantante, Sarah, el punto lánguido de las vocalistas francesas de los sesenta. Candor y encanto que parte de cierta pose indolente: apenas se mueve, sonríe poco, no hace concesiones a la galería y a veces suena como una edulcorada cantante de estándares del pop.

Pero, ¡ojo!, no es así la cosa. Sobre ese indisimulado desdén, Saint Etienne propone miles de recursos para construir estupendas melodías pop. Y en eso sí son muy británicos. No tiene nada que ver que aparentemente (o físicamente) no haya instrumentos convencionales sobre el escenario; cuando al pop británico, desde The Beatles, se le ha dado por hecho que se vean guitarras, bajos, baterías, pianos, vientos...

Saint Etienne

Sarah Cracknell (voz), Gerard Johnson (guitarras y teclados), Hamish Lefhley y Pete Wiggs (sintetizadores y teclados). Sala Pachá (Madrid), 16 de diciembre de 2002.

Su puesta en escena es signo de los tiempos. Los tres músicos que acompañan a Sarah se parapetan detrás de una mesa (parece que van a dar más una rueda de prensa que un concierto) sobre la que se observa unos sencillos -también aparentemente- sintetizadores que disparan miles de ritmos, bases, melodías, secuencias, ambientes, coros y hasta voces de apoyo para Sarah.

Sólo uno de ellos, Gerard, agarra de vez en cuando una guitarra eléctrica y otra acústica. Ella se pone delante de ese altar y ancla toda esa pared de sonido que generan las máquinas con su sugerente voz. Así se suceden Goodnight Jack, The way we live now, Boy is crying, Amateur o Action, la mayoría de su reciente álbum Finisterrae. Es la unión perfecta de lo virtual con lo real. Virtuales son las imágenes, claro, que se proyectan continuamente sobre la pantalla a espalda de los músicos, pero reales las sensaciones que provocan. Sordidez en las escenas londinenses. Virtual (o casi) es la luminosa música, pero real la voz de Sarah, que pone el pie en la tierra. Nunca el desdén resultó tan encantador.

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