Una casa a la deriva
Quieren las viejas leyendas marinas que, de tanto en tanto, y por razones inexplicables, una nave fantasma, sin tripulación y con su carga más o menos intacta, aparezca ante los atónitos ojos de curtidos y más o menos supersticiosos hombres de mar. Ése es el punto de arranque, tras un sorprendente y guiñolesco prólogo que hace temer lo peor, de Ghost Ship, una cara, convincentemente inquietante pero al final demasiado previsible aventura marítima: la tripulación de un remolcador recibe el curioso encargo de un piloto que dice haber visto un gigantesco navío a la deriva, en las glaciales...
Quieren las viejas leyendas marinas que, de tanto en tanto, y por razones inexplicables, una nave fantasma, sin tripulación y con su carga más o menos intacta, aparezca ante los atónitos ojos de curtidos y más o menos supersticiosos hombres de mar. Ése es el punto de arranque, tras un sorprendente y guiñolesco prólogo que hace temer lo peor, de Ghost Ship, una cara, convincentemente inquietante pero al final demasiado previsible aventura marítima: la tripulación de un remolcador recibe el curioso encargo de un piloto que dice haber visto un gigantesco navío a la deriva, en las glaciales aguas del Atlántico norte. Hacerse a la mar en busca de la recompensa y dar con la nave es algo que se produce con extraordinaria rapidez: por lo visto, hay interés por llegar a lo que verdaderamente importa.
GHOST SHIP
Director: Steve Beck. Intérpretes: Julianna Margulies, Gabriel Byrne, Ron Eldard, Desmond Harrington, Isaiah Washington.Género: fantástico, EE UU, 2002. Duración: 91 minutos.
Y lo que interesa nada tiene que ver ni con el mar, ni con viejas leyendas de esas que circulan de boca en boca, sino con algo más inevitable: con una de las más queridas estructuras narrativas puestas en funcionamiento por el cine de terror. Es decir, el grupo humano enfrentado a un edificio (aquí un barco, pero es lo de menos: sólo permite algún lucido numerito, como la "resurrección" lujosa del transatlántico y sus muertos; pero poco más) en el que mora, con permiso de H. P. Lovecraft, "lo inefable": el Mal con mayúsculas. Y de ahí, a lo que siempre sigue: la puntual y progresiva eliminación, uno a uno porque conviene estirar los acontecimientos, de los temerarios aventureros.