Columna

Labor de 'Zapa'

De no haber sido utilizado ya por François Mitterrand, el actual líder del PSOE bien pudiera hacer suyo el lema de la fuerza tranquila. El mismo estilo de actuación política que le llevó en su día por sorpresa a la jefatura del partido está siendo muy eficaz para ir convenciendo a la opinión pública de que un relevo en la gestión del país no sólo es posible, sino que limaría muchas de las asperezas que se advierten en la forma de gobernar conservadora. Quedan atrás las críticas suscitadas por su falta de agresividad y por el talante pactista que le convierte de manera espontánea en la a...

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De no haber sido utilizado ya por François Mitterrand, el actual líder del PSOE bien pudiera hacer suyo el lema de la fuerza tranquila. El mismo estilo de actuación política que le llevó en su día por sorpresa a la jefatura del partido está siendo muy eficaz para ir convenciendo a la opinión pública de que un relevo en la gestión del país no sólo es posible, sino que limaría muchas de las asperezas que se advierten en la forma de gobernar conservadora. Quedan atrás las críticas suscitadas por su falta de agresividad y por el talante pactista que le convierte de manera espontánea en la antítesis de un Aznar propicio siempre a la crispación. El episodio de la discusión de los Presupuestos lo destacó clamorosamente: el actual presidente es como esos defensas centrales que por su dureza dan sensación de seguridad y que, sin embargo, carecen de cintura y son desbordados al primer quiebro inesperado de un delantero al que entonces sólo saben frenar acudiendo a la violencia. Como además Zapatero es hombre que sabe escuchar y que ofrece a la gente una sensación de proximidad, está perfilando una imagen muy atractiva de futuro gobernante sensible y razonable. Nada tiene de extraño, en consecuencia, que Aznar y los aspirantes a su sucesión, con Javier Arenas de sobresaliente, intenten colocar todo tipo de banderillas al rival con cualquier pretexto, con lo cual generan un efecto bumerán contrario a sus propios intereses. Así que por aciertos propios reforzados por errores ajenos tal vez tengamos relevo en el Gobierno del país dentro de dos años, algo que era difícil esperar cuando hace dos años el PP arrasaba y el PSOE estaba aún afectado por las secuelas de una larga crisis de sucesión.

De momento, le favorece asimismo a Zapatero un rasgo que en cambio debiera ser revisado, por lo menos cuando llegue el momento de preparar su campaña electoral: la relativa indeterminación de su proyecto político. Demos por hecho que su estilo de gobernante será otro, que su victoria puede verse preparada por la de Maragall en las elecciones catalanas y que intentará remediar algunas de las derivas conservadoras más visibles en la gestión del PP. La expectativa de una actuación transparente en el terreno de la economía, con la consiguiente lucha eficaz contra la corrupción, que se vio ya frustrada en la era de González y de nuevo con Aznar, se ha convertido en un objetivo reformador en sí mismo, en gran medida ineludible. Pero, más allá de esas exigencias obvias, la tercera vía o nueva vía de Zapatero sigue envuelta en una nebulosa que habrá que despejar antes de 2004.

Si lo consideramos un anticipo de posiciones, en la medida que Zapatero lo apadrina explícitamente, el libro de Jordi Sevilla De nuevo socialismo tiene la virtud de plantear un enfoque de perfiles nítidos en el plano filosófico-político. Poco hay que objetar a la búsqueda de raíces en las demandas formuladas por la Revolución Francesa -con la libertad como clave de la tríada clásica-, a la reivindicación de Bernstein y de Fernando de los Ríos en el marco de la tradición socialista y a la vocación de situarse en la estela de la ciudadanía social definida por Marshall. Falta posiblemente una reivindicación más abierta de una socialdemocracia, cuyo nombre se ha convertido ya en tabú, puesto que su fracaso no fue debido a causas intrínsecas, sino a una transformación de la economía a nivel mundial que invalidó unas propuestas acuñadas para la sociedad de clases tradicional en el marco del Estado-nación. Pero resulta perfectamente aceptable la idea de que un socialismo de lo posible requiere hoy la conjugación de medidas económicas con nuevos planteamientos políticos, alternativos al individualismo neoliberal y fundados en una defensa intransigente de los derechos humanos.

Ahora bien, una vez sentados estos supuestos, ¿cuáles son las líneas concretas de una lucha contra la desigualdad tal y como ésta se encuentra aquí definida, cómo promover la integración de los inmigrantes, cómo dar forma a esa 'nación de naciones' que es España? La indeterminación puede aquí esperar unos meses, pero se hace ya sentir en la actuación del PSOE en política exterior, sin apenas beligerancia en temas como la crisis de Oriente Próximo o la crítica a la globalización. Un proyecto político de la izquierda, amén de razonable, ha de incluir unas gotas de utopía y de movilización.

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