Crítica:CRÍTICA

El misterio de la niña mujer

Zhang Yimou es de los pocos creadores de cine que nunca fallan. Incluso cuando está por debajo de sí mismo, cuando hace una película que no alcanza las alturas de otras obras suyas de mayor vuelo, lo que consigue es casi siempre cine eminente. Es algo parecido a lo que ocurría en vida de John Ford, que sus pequeñas películas de paso se alzaban y siguen alzadas en ejemplos de insuperable maestría. Y es de esa prodigiosa clase la última película de Zhang Yimou. Se titula Happy times, ganó hace meses en el Festival de Berlín un solemne y contundente Gran Premio y ahora, en el de Valladolid...

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Zhang Yimou es de los pocos creadores de cine que nunca fallan. Incluso cuando está por debajo de sí mismo, cuando hace una película que no alcanza las alturas de otras obras suyas de mayor vuelo, lo que consigue es casi siempre cine eminente. Es algo parecido a lo que ocurría en vida de John Ford, que sus pequeñas películas de paso se alzaban y siguen alzadas en ejemplos de insuperable maestría. Y es de esa prodigiosa clase la última película de Zhang Yimou. Se titula Happy times, ganó hace meses en el Festival de Berlín un solemne y contundente Gran Premio y ahora, en el de Valladolid, acaba de repetir la hazaña llevándose como allí su equivalente.

Es Happy times una maravilla artesanal, hecha con presupuesto mínimo pero con refinado acabamiento profesional, de cine realista lírico. Hay inmediatez en ella; su secuencia despide esa asombrosa cualidad aérea del estilo de Zhang Yimou, consistente en hacer perceptible, visible, casi palpable, su transparenecia. Logra atraparnos desde que el filme arranca, sin dejar ver, aunque los hay, mucha elaboración y esfuerzo, sin artificio alguno. Entramos sin ofrecer resistencia en las redes de una complejísmima simplicidad. Y allí, de un mundo opresivo, sucio, tosco, grueso, casi soez, emerge de pronto la delicada presencia lírica de una muchacha, casi una niña, ciega y de belleza casi irreal. Y, desde la seca realidad del mundo que pisa, saltamos con ella a la umbría y la porosidad del poema.

HAPPY TIMES

Dirección: Zhang Yimou. Intérpretes: Benshan Zhao, Jie Dong, Lihua Dong, Biao Fu, Xuejian Li. Género: drama, China, 2002. Duración: 96 minutos.

Nace Happy times en clave y en tonalidad de comedia, pero poco a poco se va endureciendo en busca de una espesura y un poder documental que abre la imagen al dolor. El dúo que lenta y casi ritualmente van formando la niña ciega y su sombra pícara del viejo charlatán trotaaceras ocurre en invisible saltos, a lomos del tacto o toque de una cámara endiabladamente sutil y elegante como la que (sin tocarla) captura el instante de la exploración por la niña de sus alrededores, que es cine de gran distinción, un nuevo canto de Yimou al enigma de la niña mujer, prolongación de sus exploraciones en El camino a casa y Ni uno menos -cantos a una niña campesina enamorada del maestro de su aldea y a una niña cuidadora de niños que busca a uno de ellos que se ha fugado a la ciudad-, que confluyen en el fascinante personaje de esta niña ciega y errante en busca lírica y melódica de sí misma.

La película, como todas las de Zhang Yimou, parece sacada de un pozo de sabiduría y de conocimiento de las leyes del corazón, de los movimientos y vaivenes profundos del sentimiento. Y tal vez de ahí, de ese despunte cordial y de esa cadencia sentimental de su lenguaje, procede la sensación de cercanía al cine de John Ford que a veces desprenden, como un aroma, las películas de Zhang Yimou. Es como si ambos cineastas tuvieran acompasados el tacto de la cámara, el ritmo interior de las tomas y la cadencia secuencial de los encadenados de escenas a los latidos de unos comportamientos traducibles a música y fuentes de musicalidad.

No deja que se abran grietas en la pantalla una imagen desplegada por Zhang Yimou, tanta es su solidez. Hay abundancia, pero sometida al pudor y a la mesura de la exquisitez, en los frutos de la imaginación de este gran cineasta chino que sigue dando, en un inefable goteo de realismo y de lirismo, algunas de las mejores, más claras y libres, lecciones de cine vivo y abierto q ue hoy se imparten en el mundo. No tiene Happy times la redondez, limítrofe con la perfección, de las dos obras maestras antes aludidas y con las que compone un claro triángulo dramático y estilístico. Pero quizás Happy times va un paso más allá que ellas en el ahondamiento por Zhang Yimou en el misterio de la niña mujer, que aquí alcanza, gracias al milagro de belleza y de capacidad interpretativa de Jie Dong, una intensa sensación de cercanía.

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