Columna

Cerriles

Hace año y medio estuve recogiendo firmas contra la guerra de Chechenia en la Feria del Libro de Madrid; cuando ya me iba me encontré con Julio Rodríguez, de la eficiente ONG Paz Ahora, y con Yusuf, un español convertido al islamismo al que ya había visto en alguna manifestación prochechena. Entregué las firmas a Julio y me despedí dándoles un beso en las mejillas. Yusuf, horripilado, se encogió sobre sí mismo, cerró los ojos e intentó evitar mi roce. Me paré, sorprendida; no había previsto que ese español joven, educado y con aspecto progre tuviera el cerebro tan comido por el prejuici...

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Hace año y medio estuve recogiendo firmas contra la guerra de Chechenia en la Feria del Libro de Madrid; cuando ya me iba me encontré con Julio Rodríguez, de la eficiente ONG Paz Ahora, y con Yusuf, un español convertido al islamismo al que ya había visto en alguna manifestación prochechena. Entregué las firmas a Julio y me despedí dándoles un beso en las mejillas. Yusuf, horripilado, se encogió sobre sí mismo, cerró los ojos e intentó evitar mi roce. Me paré, sorprendida; no había previsto que ese español joven, educado y con aspecto progre tuviera el cerebro tan comido por el prejuicio. Porque no era ya que rechazara esos besos que tal vez los españoles distribuimos con demasiada ligereza, sino que no podía soportar contacto alguno con una mujer contaminante. Julio y yo nos reímos amistosamente de él y no le dimos más importancia.

Unos meses después vi a Yusuf en los periódicos. Era y es uno de los detenidos por su supuesta pertenencia a la trama terrorista del 11-S. Garzón le acusa de haber estado en un campo de entrenamiento de Al Qaeda; hay fotos que le incriminan. Entonces me di cuenta de que uno no se puede reír amistosa y permisivamente de algo tan peligroso y tan violento como el repudio a la mujer, de la misma manera que jamás nos reiríamos con ligereza de un nazi que hiciera el saludo hitleriano. No se puede ser tolerante con aquellas ideas intolerantes que torturan y matan.

Esto viene a cuento de la polémica visita de Jatamí. Me parece mal que no le dé la mano a la ministra; y aún es peor que las reuniones se celebren a la hora del desayuno para que no haya vino. Nadie le obliga a beber alcohol, pero él no puede obligar a los otros a no beber. No es un asunto baladí: no se debe aceptar que imponga sus dogmas sobre los demás. Habría que tener esto muy claro: para poder luchar por lo que es justo hay que reconocer lo que es inadmisible. Por ejemplo, es inadmisible que Putin (un tipo brutal capaz de gasear a los suyos) esté masacrando Chechenia, mientras todos miramos para otro lado; pero también es inadmisible la toma terrorista del teatro. Las monumentales desgracias que provoca el integrismo tienen su origen en una intolerancia tan cerril que no consiente ni una mínima excepción en un viaje de Estado.

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