CARTAS AL DIRECTOR

Papá, ven en tren

El día 2 de octubre pasado viajé de Alicante a Madrid en primera clase, con vuelta el día 4 a las 16.00. Habiendo terminado mis asuntos el 3 a media tarde, llegué al empleado del mostrador de 'salida hoy' de la estación de Atocha a las 18.30, con intención de regresar aquel mismo día en el tren de las 20.00. Me indicaron que el cambio suponía la penalización de un euro y medio, y cuando lo puse sobre el mostrador me encontré con que ese pago tenía que hacerlo con la misma tarjeta utilizada para comprar el billete. Al no tenerla, me hicieron saber que el cambio era imposible, y que no quedaba m...

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El día 2 de octubre pasado viajé de Alicante a Madrid en primera clase, con vuelta el día 4 a las 16.00. Habiendo terminado mis asuntos el 3 a media tarde, llegué al empleado del mostrador de 'salida hoy' de la estación de Atocha a las 18.30, con intención de regresar aquel mismo día en el tren de las 20.00. Me indicaron que el cambio suponía la penalización de un euro y medio, y cuando lo puse sobre el mostrador me encontré con que ese pago tenía que hacerlo con la misma tarjeta utilizada para comprar el billete. Al no tenerla, me hicieron saber que el cambio era imposible, y que no quedaba más solución que anular el billete, con pérdida del 15%, y comprar uno nuevo al precio normal. Cuando acudí al mostrador de atención al cliente, me repitieron exactamente lo mismo.

Pase la penalización mezquina y ratonera del euro y medio, pero resulta absurdo que, siendo el billete un título de viaje al portador, no se acepte el pago en metálico de esa cantidad ridícula.

Tal conducta puede entenderse de tres maneras: una trampa para que la empresa se embolse capciosamente ese 15%; el mecanicismo rutinario dictado por algún burócrata sin sentido de la realidad; el interés de los empleados en desacreditar a su propia empresa. En cualquier caso, Renfe debería saber que la mejor y más barata publicidad es la satisfacción de sus clientes, y no irritarlos, molestarlos y estafarlos con conductas y normas disparatadas mientras derrocha millones en campañas publicitarias cuyo contraste con la realidad es decepcionante.

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