Columna

Nosotros, los periodistas

'Si, para salvar la vida de una persona, tuviéramos que publicar una noticia falsa, ¿la publicaríamos?'. Este fulminante dardo fue lanzado por Joaquín Estefanía al corazón mismo del grueso periodístico que el diario EL PAÍS reunió en el marco de los 20 años de la edición catalana. El debate, que coronaba la celebración, planteó la difícil dicotomía entre información y terrorismo, y tuvo cuatro ponentes de lujo: Antich, Franco, Ceberio y Cebrián. En la sala, tanto notable por metro cuadrado que hasta sobrecogía la propia presencia. Bello. Bellísimo ver a Maragall, a Duran Lleida, a Macià, a God...

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'Si, para salvar la vida de una persona, tuviéramos que publicar una noticia falsa, ¿la publicaríamos?'. Este fulminante dardo fue lanzado por Joaquín Estefanía al corazón mismo del grueso periodístico que el diario EL PAÍS reunió en el marco de los 20 años de la edición catalana. El debate, que coronaba la celebración, planteó la difícil dicotomía entre información y terrorismo, y tuvo cuatro ponentes de lujo: Antich, Franco, Ceberio y Cebrián. En la sala, tanto notable por metro cuadrado que hasta sobrecogía la propia presencia. Bello. Bellísimo ver a Maragall, a Duran Lleida, a Macià, a Godó, a tantos, convertidos en público y alumnos del debate sobre el arte de informar. Pero ¿y la pregunta de Estefanía? La pregunta, como tantas, quedó a medio responder, quizá porque la profesión se resiste mal a las respuestas absolutas. ¿Es el periodismo una interrogación permanente? En todo caso, es una de las profesiones que más se interrogan a sí mismas y la que mejor sabe aflorar sus contradicciones y sus miserias. El jueves, hablando de ello en Cunit, en la celebración de los 50 números de la revista L'Espigó -¡qué notable milagro conseguir hacer prensa local independiente y no morir en el intento!-, me pregunté qué otra profesión de ámbito público se discute a sí misma y, a la vez, discute la solidez de los fundamentos democráticos tanto como lo hace el periodismo. Quizá la política, pero..., ¿es la política una profesión?

Activada, pues, por esa fuerza de la naturaleza que es Dolors Carreras, alcaldesa de Cunit, que me obligó a reflexionar sobre la cuestión, y aún motivada por el debate de EL PAÍS, tan rico en preguntas y tan avaro en respuestas, me atreveré a practicar esa forma de desnudez que es la reflexión sobre lo propio. El periodismo, sus límites, sus miserias, sus amenazas, superado por innecesario el elogio de sus grandezas, harto conocidas. ¿Está amenazada la información, más allá de sus amenazas atávicas? ¿Es la libertad de expresión, como el Santo Grial, tan mítica, deseada y luchada como nunca conquistada? ¿Existe la verdad, incluso más allá de la lógica subjetividad de las verdades objetivas? Sin tener respuestas útiles, ¡válgame Dios!, éstas son las amenazas que visualizo en el horizonte cercano. Primera amenaza: la corrección política. El histórico mecanismo de autocensura ha llegado a su máxima expresión con el invento de lo políticamente correcto, tanto que hoy en día un periodista le teme mucho más a un lobby social cabreado que a un político ídem. Uno puede informar críticamente sobre Pujol o Maragall, y hasta forma parte del juego, pero cuidadín con hablar de los gays, de las feministas, de los discapacitados, de los católicos, de los musulmanes, hasta de los anestesistas. Recuerdo el rapapolvo que recibí del gremio en cuestión porque, en una entrevista, aseguré que al alcalde Clos se le notaba que era anestesista... Tuve más lío con los anestesistas que con el bueno del alcalde. Conquistados los derechos de las minorías, resulta sarcástico comprobar que éstas se convierten, a menudo, en arietes dogmáticos que atenazan a la información. Lo peor no es que ocurra. Lo peor es que los periodistas lo han incorporado a su proceso natural de autocensura.

La segunda amenaza, por supuesto, el poder. Pero no me refiero a ese poder de juguete que es el poder político, tan vanidoso él como previsible, sino al poder de verdad, la madre de todos los corderos: el poder económico. Pongo un ejemplo al azar. Cuando informamos sobre una investigación científica de unos laboratorios privados, ¿estamos informando o somos el artífice de una especulación bursátil? ¿Trabajamos con noticias o trabajamos con acciones? ¿Quién controla la información farmacéutica, la alimentaria, la aeronáutica, incluso la tabacalera? Convertidos en puros peones de grandes jugadas económicas, cuyo control nunca hemos tenido en las manos, lo nuestro deambula en zona de riesgo: ¿información o... propaganda? Las fuentes son inalcanzables, las noticias son incontrastables, ergo..., a veces informamos, pero a veces sencillamente contaminamos.

Por supuesto, la amenaza de lo bélico en lo informativo. Si la primera víctima de un conflicto es la verdad, ¿qué hacemos con la verdad ahora que el conflicto se ha globalizado y cualquier zona del mundo se visualiza como línea de combate? Después del 11-S resulta evidente que la veracidad se ha adelgazado tanto como se han engordado las noticias, aplastadas de tanta información que, sin embargo, nadie puede contrastar. Tenemos noticias de lo lejano como nunca las habíamos tenido. Pero ¿quién controla las fuentes? ¿Estamos divulgando mapas reales o estamos propagando mapas inventados para fines concretos?

Y finalmente, las amenazas tradicionales, el poder político, el poder económico que hay tras los media, la coyuntura, etcétera... Pero esto último es lo sabido y el periodista ha aprendido a nadar sin naufragar en esas aguas turbulentas. Conocer la presión, la intención, el interés; ayuda a capear el temporal y a salvar, a pesar de todo, la noticia.

La amenaza no está en la presión conocida. La auténtica amenaza del periodismo actual y, por ende, de la veracidad informativa -complemento directo de la libertad de expresión- está en esa doble exigencia de la globalización: todo es noticiable lejano o cercano, pero nadie controla las fuentes que crean la noticia. Más correctos en lo cercano, es decir, más autocensurados, y más contaminados en lo lejano, los periodistas están hoy más solos ante la noticia y son más vulnerables a la propaganda. Los filtros no funcionan como antes...

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Y sin embargo, a pesar de todo, informan. De momento...

Rahola@navegalia. com

Pilar Rahola es periodista y escritora

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