Crítica

Luminosa belleza oscura

En las recias e inteligentes, hermosas y graves imágenes de Octavia, culmina por ahora la inmensa mirada de Basilio Martín Patino -que arrancó en 1965 de Nueve cartas a Berta y atravesó Los paraísos perdidos en 1985- al subsuelo del lugar y del tiempo en que le ha tocado vivir y del que su identidad de artista se yergue y alimenta. Es una mirada de soslayo a una ciudad medular de la vida española, Salamanca, y una mirada frontal a la médula del siglo XX, tiempo de muerte cuya sustancia trágica sigue viva ahí detrás y su losa presiona en la nuca.

Es la Salamanca de P...

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En las recias e inteligentes, hermosas y graves imágenes de Octavia, culmina por ahora la inmensa mirada de Basilio Martín Patino -que arrancó en 1965 de Nueve cartas a Berta y atravesó Los paraísos perdidos en 1985- al subsuelo del lugar y del tiempo en que le ha tocado vivir y del que su identidad de artista se yergue y alimenta. Es una mirada de soslayo a una ciudad medular de la vida española, Salamanca, y una mirada frontal a la médula del siglo XX, tiempo de muerte cuya sustancia trágica sigue viva ahí detrás y su losa presiona en la nuca.

Es la Salamanca de Patino un lugar de luminosa belleza, pero oscuro. En los rincones físicos y mentales de la portentosa ciudad, su cámara se mueve con la suave ligereza de un pez en su agua, pero también a zarpazos de ideas. Y es esa fusión -el acuerdo escondido entre la lógica de la piedra y la lógica de la vida- entre ideas e imágenes lo que proporciona una poderosa singularidad a la manera que este elegante cineasta tiene de destruir y luego reinventar su mundo con apacibles pero oscuras pinceladas arrancadas de la memoria. Y hay dentro de esa singularidad huellas y calidades de un estilo, de un gran estilo.

OCTAVIA

Dirección y guión: Basilio Martín Patino. Intérpretes: Miguel Ángel Solá, Margarita Lozano, Antonia San Juan, Blanca Oteyza, Menh Wai Trinh, J. Losada, M. Cervera, J. Batanero, Paul Naschy. Género: drama. España 2002. Duración: 130 minutos.

Hay gran hondura de campo en el escenrio de Octavia. Flotan en los inabarcables ámbitos del filme residuos de formas muertas de vida, escurridizas huellas de gente varada desde hace mucho tiempo en los rincones oscuros de la piedra iluminada, gentes 'que no son restos de ningún naufragio, porque nunca tuvieron que embarcarse'. Ahí siguen, flotan a la deriva de su tiempo, y ahora, en el bello y vigoroso discurso lírico y musical de Octavia, son recuperados por un hijo pródigo cuyo itinerario, después de zizaguear por medio mundo, vuelve a su raíz y en ella encuentra que su herencia es locura y muerte.

Y hay nobleza, verdad, altura, sabiduría, en el vuelo crepuscular de la mirada fraternal y pesimista de Patino a su (nuestra) espalda.

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