Columna

Constitución y condones

Parece que algunas personas acatan la Constitución por partes, a capricho del consumidor. De este modo, la Carta Magna estaría en vigor en lo relativo al régimen autonómico, pero no en lo que atañe a la bandera estatal. Una bandera que no es la de Franco: la enseña dictatorial tenía una inquietante águila negra y unos tentáculos falangistas, mientras que la bandera monárquica alberga un escudo distinto, mucho más amable y cromático. Identificar la bandera constitucional con la del régimen anterior es una muestra de grave ignorancia y también un desaire a los ciudadanos que sancionaron este sím...

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Parece que algunas personas acatan la Constitución por partes, a capricho del consumidor. De este modo, la Carta Magna estaría en vigor en lo relativo al régimen autonómico, pero no en lo que atañe a la bandera estatal. Una bandera que no es la de Franco: la enseña dictatorial tenía una inquietante águila negra y unos tentáculos falangistas, mientras que la bandera monárquica alberga un escudo distinto, mucho más amable y cromático. Identificar la bandera constitucional con la del régimen anterior es una muestra de grave ignorancia y también un desaire a los ciudadanos que sancionaron este símbolo, masiva y democráticamente, en 1978. La bandera es, pues, de todos y precisamente por eso ningún partido puede apoderarse de su significado. Tampoco preconizar un uso zarzuelero y vetusto de este símbolo, como se proponen en Madrid. Normalidad, toda; estridencia, ninguna. El mejor homenaje a la bandera sería verla ondear pacíficamente en todos los edificios públicos, tal y como establece la ley. No menos anómalo que ignorar la bandera constitucional es ocultar el nombre de nuestro territorio. Hay gentes que por no decir la palabra España -la que pronunciaron con naturalidad Unamuno, Valle-Inclán, la Pasionaria, Picasso, Cambó o Manuel Azaña- utilizan la acepción 'Estado español', que estiman menos pecaminosa, y con ello se convierten en continuadores de la obra léxica de Franco, que fue el difusor de ese lúgubre binomio. Mas no por ello nuestro país dejará de llamarse España, que es el nombre que establece la Constitución actual y también todas las anteriores, desde la liberal de 1812. Sucede con esto algo parecido a lo que pasó con la normalización de la venta de condones, otra oportuna victoria de la democracia. Recuerdo un anuncio pionero en el que un famoso presentador de televisión entraba en una farmacia y, ajeno a las asechanzas de los celadores de la moral, -confesional o no-, compraba una caja de condones, miraba luego hacia la cámara y decía, dueño de sí: 'Y no pasa nada'. Y es que no pasa nada por respetar el nombre constitucional de España.

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