LA CRÓNICA

Concierto 'pepero' de perversidades

Resulta deprimente que personajes notables de la derecha política y económica de Valencia -que no representan a todo el estamento conservador del país, entendámonos- sigan estando neurotizados por la fantasía anticatalanista que creímos definitivamente amortizada o recluida en alguna minoría tronada. Por lo visto, y porque así se les alecciona, sin duda, no han tenido el menor reparo en sacar a relucir el espantajo si con ello creen rendir servicios a la causa pepera en estas antevísperas electorales. Y lo más grave es que alientan esta perversidad siendo como son muy conscientes de que...

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Resulta deprimente que personajes notables de la derecha política y económica de Valencia -que no representan a todo el estamento conservador del país, entendámonos- sigan estando neurotizados por la fantasía anticatalanista que creímos definitivamente amortizada o recluida en alguna minoría tronada. Por lo visto, y porque así se les alecciona, sin duda, no han tenido el menor reparo en sacar a relucir el espantajo si con ello creen rendir servicios a la causa pepera en estas antevísperas electorales. Y lo más grave es que alientan esta perversidad siendo como son muy conscientes de que, además del desconcierto social que siembran, en esta ocasión carecen del más elemental motivo y, sencillamente, mienten cual bellacos. Pero resumamos los hechos.

El dirigente socialista y candidato a la Generalitat, Joan Ignasi Pla, acude a Barcelona y se reúne con sus cofrades Pasqual Maragall y los presidentes de las comunidades autónomas de Aragón y Baleares. En la lontananza de este encuentro -que es el tercero de los celebrados- parpadea la idea de un Estado federal, lo que es perfectamente legítimo al margen del juicio político que nos merezca. Mientras ese proyecto se depura y cuaja, los reunidos postulan que el Senado -tan inútil hoy por hoy- se convierta en cámara de representación territorial, propósito compartido otrora por algún ilustre miembro del PP hasta que fue destempladamente disuadido por la autoridad superior; postulan asimismo institucionalizar el diálogo entre el presidente del Gobierno y los de las autonomías y, por último, decir su palabra en las instancias competentes de la UE cuando se debatan asuntos que les conciernen. ¿Es esto una exageración, un delirio?

El delirio, obviamente, es coger el rábano por las hojas y juzgar esta reunión como un fermento de los Países Catalanes o una exhumación de la Corona de Aragón para desarticular el Estado español. A los truculentos críticos de la mentada reunión les tiene sin cuidado una cosa u otra y ni siquiera paran mientes en la secular fe unitaria del partido socialista. Lo que les saca de quicio es que se fomente un diálogo con Cataluña, por más el ex presidente Eduardo Zaplana, mientras gobernó la Generalitat, pegase la hebra con Jordi Pujol más que un novio calenturiento. Pero Zaplana era de los suyos, de confianza, y Pla, al parecer, nos quiere vender al oro del norte. O lo que es peor, entregarnos a su imperio.

El episodio, por sí mismo, apenas habría tenido molla para nutrir una viñeta. Pero lo lamentable es que el PP lo ha querido hiperbolizar movilizando a todos sus pesos pesados y fuerzas vivas circunstanciales enrolándolas en una competición de necedades que provoca vergüenza ajena. Porque vergüenza da leer que un senador tan ponderado habitualmente como Esteban González Pons diga que Maragall -y sus cómplices, suponemos- propende enfrentar la Corona de Aragón y Castilla; o al portavoz del PP en las Cortes Valencianas, Alejandro Font de Mora, que imputa a Pla y a sus gentes 'torpedear y denigrar' a la Comunidad; o al presiente de la Diputación, Fernando Giner, que se suelta otra nadería descerebrada...

Pero estos señores están en la nómina política y han de ganarse el salario. Lo más penoso es que empresarios de tronío se sumen a esta cucaña, abundando en un desmán retórico impropio de sus canas y biografías. Tal es el caso de Arturo Virosque -un hombre hecho a sí mismo, lo que se le nota mucho- cuando denuncia la intromisión de los políticos catalanes en nuestros asuntos. ¿No podría ser un poco más preciso y menos demagógico? No, claro. O Rafael del Moral, ese colmo de la eficiencia gestora al frente del Puerto de Valencia, que lamenta el escaso apoyo de Pla al proyecto portuario en curso, cuando Pla fue tajante y explícito al dejar constancia de la descriminación que sufrimos los valencianos en éste y otros capítulos. O el presidente de la Cierval, Rafael Ferrando (tu quoque?), aludiendo a hipotéticos condicionamientos ajenos.

Haríamos votos para que este sarpullido se quedase en eso, pero nos tememos que sólo es un anticipo de la temperatura que achicharrará las próximas elecciones, tanto más si peligra la mayoría absoluta del partido gobernante. Que bien pudiera ser. Si ya empiezan calumniando, ¿qué otros desvaríos nos esperan?

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EL CHOLLO PRESIDENCIAL

EU, con buen criterio y memoria, ha reclamado que se discuta en las Cortes el estatuto de los ex presidentes de la Generalitat, ese negocio desvergonzado que se cuitaron el PP y PSOE y que fue el hazmereir, por escandaloso, de toda España. Prometieron que se revisaría y, suponemos, que se acomodará a una solución razonable, que pasa por eliminar el carácter vitalicio del sueldo y la limitación de la parafernalia de personal y atributos que se le otorga a los beneficiarios. Insistir en la tomadura de pelo que es ese estatuto no puede sino revertir en el descrédito de los políticos.

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