Editorial:

La guerra olvidada

Un largo y cruelísimo conflicto semiolvidado por los medios informativos acaba de emerger brutalmente con el aparente derribo ayer por los rebeldes chechenos de un superhelicóptero militar ruso en el que han muerto más de ochenta soldados. Se trataría, de confirmarse el ataque, del mayor descalabro sufrido en una sola operación por el Ejército ruso desde que iniciara en 1999 la segunda fase de una guerra contra los insurrectos que pretenden una república islámica independiente.

Vladimir Putin ha logrado enterrar Chechenia a los ojos de la opinión pública occidental. Las frecuentes críti...

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Un largo y cruelísimo conflicto semiolvidado por los medios informativos acaba de emerger brutalmente con el aparente derribo ayer por los rebeldes chechenos de un superhelicóptero militar ruso en el que han muerto más de ochenta soldados. Se trataría, de confirmarse el ataque, del mayor descalabro sufrido en una sola operación por el Ejército ruso desde que iniciara en 1999 la segunda fase de una guerra contra los insurrectos que pretenden una república islámica independiente.

Vladimir Putin ha logrado enterrar Chechenia a los ojos de la opinión pública occidental. Las frecuentes críticas de Europa y de EE UU sobre todo a la brutalidad de los métodos rusos, a su desprecio por los derechos más elementales y el trato dado a los civiles han ido apaciguándose en una sordina inofensiva para los intereses del Kremlin. El motivo fundamental de este viraje es ajeno a Chechenia, y hay que buscarlo en el desplazamiento de la atención internacional hacia los acontecimientos de Afganistán tras el 11-S. Moscú ha conseguido en parte una identificación simplista, bajo la etiqueta genérica de 'terrorismo islámico', entre los militantes de Al Qaeda y los independentistas chechenos. Entre los propios rusos, Chechenia provoca cada vez más indiferencia, salvo en ocasiones de la magnitud de ayer.

El Kremlin ha asegurado solemnemente en media docena de ocasiones que la guerra del Cáucaso era cosa sustanciada. El mismo Putin, que afirmó en su ya lejana toma de posesión que en tres meses Chechenia sería un recuerdo, reiteraba en febrero de este año la 'estabilización' de la república secesionista. Pero esta lucha inmisericorde dista mucho de estar liquidada, pese al despliegue por Moscú sobre el terreno de 80.000 soldados y policías. Este mismo fin de semana, los rebeldes han atacado puestos militares, acuartelamientos de policía locales y viviendas de funcionarios de la Administración prorrusa (al menos 12 muertos y decenas de heridos). Lejos de languidecer, corre el riesgo de extenderse a la vecina Georgia, ya de por sí fracturada, que comparte con Chechenia casi cien kilómetros de frontera impenetrablemente montañosa y a la que Moscú acusa de dar cobijo a los insurrectos.

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El jefe separatista, Aslan Masjádov, esgrime que la guerrilla necesita demostrar que es capaz de infligir pérdidas graves a su enemigo si quiere forzar negociaciones. Pero hay otros argumentos, ajenos a la lógica bélica, que favorecen la prolongación de la lucha. El propio Gobierno instalado por Moscú en Grozni admite que las Fuerzas Armadas rusas boicotean un desenlace pactado, al igual que las propuestas, avanzadas por el círculo íntimo de Putin, a favor de una retirada militar progresiva y su sustitución por fuerzas policiales para garantizar la seguridad del territorio. La razón última es que la guerra del Cáucaso concede amplias oportunidades a los militares rusos sin escrúpulos para hacer mucho dinero fácil a través del petróleo, que controlan, las drogas o la extorsión.

Tres años sangrientos, con decenas de miles de muertos, han reducido a Chechenia a la miseria y la postración. El agotamiento debería aprovecharse para dar una salida a la inacabable tragedia. Si lo ocurrido ayer con el Mi-26 cerca de Grozny sirve para dar aliento a quienes buscan la paz, la muerte de esos ochentaitantos soldados no habrá sido estéril. Es de temer, sin embargo, que se impongan otras consideraciones y que el apetito de Moscú por una solución civilizada no vuelva a cobrar relieve hasta que no comiencen los preparativos para la reelección de Vladimir Putin, en 2004.

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