Tribuna:LAS VACACIONES DE LOS DISCAPACITADOS

El veraneo único

Hay en nosotros una capacidad de adaptación al medio que puede llevarnos no sólo a soportar determinados estados de frustración sino incluso a necesitarlos de vez en cuando. La adecuación al canon estético establecido tan alejado de la realidad convierte el camino hacia la delgadez en una promesa de felicidad y, a falta de mejores utopías, emprendemos en nombre de la belleza una cruzada más o menos asequible: la cuestión es pelear aunque sea con uno mismo por dar la talla . Lo malo es que entrar en la 36 a veces nos abre las puertas sin hambre de un callejón de difícil salida . La anorexia no ...

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Hay en nosotros una capacidad de adaptación al medio que puede llevarnos no sólo a soportar determinados estados de frustración sino incluso a necesitarlos de vez en cuando. La adecuación al canon estético establecido tan alejado de la realidad convierte el camino hacia la delgadez en una promesa de felicidad y, a falta de mejores utopías, emprendemos en nombre de la belleza una cruzada más o menos asequible: la cuestión es pelear aunque sea con uno mismo por dar la talla . Lo malo es que entrar en la 36 a veces nos abre las puertas sin hambre de un callejón de difícil salida . La anorexia no es precisamente un paraíso.

No es nueva la lucha por hacer las paces con el propio cuerpo, quizá sí la obsesión por lograrlo a un precio tan elevado: horas de gimnasio, intervenciones quirúrgicas, productos dietéticos... Paradójicamente resulta agotadora esa inversión de tiempo y dinero que nos prepara para el descanso, pero la entrega incondicional a la causa quizá responda a una tácita necesidad de ocupar como sea nuestro tiempo. Al final ese suplicio por adaptarse a la norma se acaba convirtiendo en una forma de relación con los demás : nos pasamos el día hablando de dietas en esa estética de la tiranía que nos devuelve la ilusión de que delgados vivíamos mejor.

Pero si en lugar de medidas, peso y bronceado hablamos de movilidad, coordinación y cicatrices de peleas quirúrgicas- que no aligeran peso ni se cotizan como en el toreo, si además de los años y los kilos pesan las muletas y las sillas de ruedas, este paisaje estival de sombrillas, tumbonas, y castillos en la arena se vuelve inaccesible porque la discapacidad después de batirse con el canon debe vencer el terreno.

Si las ciudades no son para todos, ¿por qué lo iban a ser los lugares de descanso? En algunos sitios se van colocando caminos a pie de playa, pero autobuses adaptados, duchas y vestuarios son demandas impensables por ahora. No es de extrañar que uno de los programas más solicitados de la Confederación Andaluza de Minusválidos Físicos (CAMF) sea el de vacaciones por contar con entornos adaptados y personal cualificado de ayuda, requisitos indispensables para alcanzar la playa.

En estos meses, bregamos lo indecible por adaptarnos a un tallado social más estricto y discriminador incluso que el de la alta costura: el del veraneo único. Hay un 90-60-90 que equivaldría a ser joven -fuerte- tener recursos, que se vuelve determinante para el éxito en este implante de felicidad que convierte el verano en veraneo, el mar en playa, la alegría en juerga, el ocio en éxtasis. Ser feliz en verano es poseer esa capacidad de transformación. Pero igual que en las ciudades del invierno, hay demasiada ventaja para los olímpicos, la distancia entre la moto acuática y la silla de ruedas hace irrisoria cualquier aproximación al juego: de antemano no cabe sino la claudicación.

Todavía para una parte importante de la población, que no da la talla, la temporada estival apenas supone mucho más que un aumento notable de las temperaturas.

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Gonzalo Rivas Rubiales es secretario general de la Confederación Andaluza de Minusválidos (CAMF).

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