Columna

Los pelos

Verán, este es el último artículo que escribo antes de marcharme de vacaciones, por lo que, pese a todos los pesares de la vida negra, o sea, pese a ese pobre párroco vasco amenazado y denunciado por sus impresentables convecinos nacionalistas; pese a la matanza infanticida de Gaza; pese a la lluvia de dolor que nunca deja de caer sobre el planeta, en fin, resulta que me siento de un humor liviano y burbujeante. Por eso se me ha ocurrido hacer un texto ligero y veraniego sobre una menudencia que puede comprobarse en cualquier piscina.

Que España ha cambiado de manera radical en los últi...

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Verán, este es el último artículo que escribo antes de marcharme de vacaciones, por lo que, pese a todos los pesares de la vida negra, o sea, pese a ese pobre párroco vasco amenazado y denunciado por sus impresentables convecinos nacionalistas; pese a la matanza infanticida de Gaza; pese a la lluvia de dolor que nunca deja de caer sobre el planeta, en fin, resulta que me siento de un humor liviano y burbujeante. Por eso se me ha ocurrido hacer un texto ligero y veraniego sobre una menudencia que puede comprobarse en cualquier piscina.

Que España ha cambiado de manera radical en los últimos treinta años es una obviedad. Y una de las mayores mudanzas ha sido la situación de la mujer. De un machismo agresivo y ultramontano hemos pasado a un machismo en crisis y retroceso. El sexismo sigue existiendo, pero mucho más amortiguado. De hecho, y según el último índice de la ONU de desarrollo humano, España ocupa el puesto 21 del mundo en equiparación de sexos, y el 15 en participación económica o política de las mujeres. Lo cual no está nada mal si tenemos en cuenta de dónde venimos.

De modo que los hombres españoles ya no son lo que eran, por fortuna. Por ejemplo: entre los chicos jóvenes ya no está de moda esa cosa tan racial y testosterónica del pelazo en el pecho. Ahora la consigna estética consiste en ofrecer cierto aspecto andrógino, lo cual resulta muy elocuente respecto al papel que juegan en la sociedad. Miren en las piscinas: todos los muchachos andan peladitos. Y no es que hayan cambiado los genes españoles de repente o que los pollos hormonados que nos comemos nos hayan alterado la vellosidad (aunque todo se andará), sino que los chicos se depilan. Lo cual es todo un símbolo de igualdad: recuerdo lo mucho que sufríamos las chicas haciéndonos la cera y cómo nos cabreaba que ellos no tuvieran que someterse a ese martirio. Pues bien, el masoquismo estético ya les ha alcanzado. ¡Pero si incluso David Bustamante, el de OT, ha confesado en una revista que se ha arrancado los pelos! Y el hijo veinteañero de una amiga mía se deja depilar estoicamente por su madre cada quince días... ¿Puede haber una imagen que refleje mejor el cambio de los tiempos?

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