Columna

Una mujer impura

Un kurdo puro asesinó el pasado jueves en Suecia a una kurda impura. El kurdo la mató porque era impura y sobre todo porque era suya, o eso se creía él, en su pureza. La mujer era su hija y su delito fue éste: ser novia de un escandinavo impuro. Impuro porque no era kurdo y porque no era piadoso. La muchacha había nacido en un remoto confín de Anatolia donde se vive en la estrechez y el dolor. La estrechez es la general del mundo pobre y refugiado, y el dolor es el propio de su pueblo, maltratado por la historia, pueblo sin estado, tristemente esparcido por Turquía e Irán, Irak y Siria, países...

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Un kurdo puro asesinó el pasado jueves en Suecia a una kurda impura. El kurdo la mató porque era impura y sobre todo porque era suya, o eso se creía él, en su pureza. La mujer era su hija y su delito fue éste: ser novia de un escandinavo impuro. Impuro porque no era kurdo y porque no era piadoso. La muchacha había nacido en un remoto confín de Anatolia donde se vive en la estrechez y el dolor. La estrechez es la general del mundo pobre y refugiado, y el dolor es el propio de su pueblo, maltratado por la historia, pueblo sin estado, tristemente esparcido por Turquía e Irán, Irak y Siria, países todos muy enemigos entre sí, pero que coinciden en un dicterio cruel: impedir el legítimo nacimiento de un Kurdistán independiente. La muchacha kurda, antes de ser impura según su padre, vivió las miserias del secano, la melancolía política y el rigor de la metafísica. Hasta que un día llegó a Estocolmo y se fue haciendo inmaculadamente impura: conoció la libertad individual, el agua corriente, los periódicos, la ironía y la democracia. Supo de los cuerpos desnudos de hombres y mujeres en la hierba, con toda la naturalidad, durante el breve verano báltico. También leyó libros, vio museos y películas, fue al teatro, hizo amigas y amigos, viajó por el norte de Europa y por el centro y por el sur acaso. Encontró un trabajo en la televisión. Estaba cada vez más lejos, siendo tan pura, de la cenicienta pureza de su niñez de piedras. Era pura de otro modo y en esa pureza halló un novio y su padre, por ello, la devolvió a la gélida pureza de la muerte. Dan mucho miedo los hombres puros. Lo mismo musulmanes que cristianos, agnósticos que ateos. Dan miedo porque la pureza en la que ellos creen no existe. Es un mito para desinformados, para fanáticos o para simples. Porque la vida, por muy cuadriculada que vaya de normas y creencias, y por mucha pureza de sangre que cultiven políticos y teólogos, siempre cobija un ángulo oscuro. Un borbotón de luz. O muchos. Un rincón donde la duda existe, donde la libertad resurge. Ave Fénix de Estocolmo sobre las cenizas de una chica noble y buena.

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