Columna

La muerta aún vive

El sol de la mañana brilla sobre los vivos y, después de ocultarse, luce para los muertos, dice Platón, y esa frase amedrentadora y dañina es una larga frontera entre la luz y las tinieblas, entre todo lo que aún existe y todo lo que ya ha desaparecido. A veces, sin embargo, esa verdad se convierte en mentira y hay muertos que siguen siendo visibles, se escapan de las sombras y se quedan a este lado del más allá. Son seres de ultratumba que recuerdan al personaje fantasmal de un poema de Gustavo Adolfo Bécquer, ese hombre abandonado y ya sin ganas de vivir que se siente un espectro, 'porque no...

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El sol de la mañana brilla sobre los vivos y, después de ocultarse, luce para los muertos, dice Platón, y esa frase amedrentadora y dañina es una larga frontera entre la luz y las tinieblas, entre todo lo que aún existe y todo lo que ya ha desaparecido. A veces, sin embargo, esa verdad se convierte en mentira y hay muertos que siguen siendo visibles, se escapan de las sombras y se quedan a este lado del más allá. Son seres de ultratumba que recuerdan al personaje fantasmal de un poema de Gustavo Adolfo Bécquer, ese hombre abandonado y ya sin ganas de vivir que se siente un espectro, 'porque no brota sangre de la herida... / ¡Porque el muerto está en pie!'.

Estos días, como todos los días del año, se conmemoran algunos aniversarios importantes, aunque ahora estamos en una época en que va haciendo cien años de casi todo lo que importa: cien años del nacimiento de Luis Cernuda y, dentro de poco, de Rafael Alberti; el año que viene hará cien años del nacimiento de María Teresa León, y al siguiente le tocará el turno a Pablo Neruda. Tanta gente importante cumpliendo cien años significa, sin duda, el fin de una época. A algunos de esos centenarios que llegan en estos días, como el que señala los doscientos años del nacimiento de Alejandro Dumas, no se les ha hecho demasiado caso, pero a otros se les da importancia máxima y se ha volcado sobre ellos un río de artículos. Y, entre todos, el campeón de los aniversarios está siendo, sin duda, el que recuerda la muerte, hace cincuenta años, de Eva Duarte. La mujer de Perón no escribió Los tres mosqueteros ni El Conde de Montecristo, pero no se puede negar que es uno de los iconos de la vida política del siglo XX y que su vida de después de muerta fue tan intensa, misteriosa, turbia, melodramática, increíble, ambigua, polémica y fascinante como toda su existencia. Todo eso. No hay más que leer el impactante serial que está publicando en estas mismas páginas el escritor Tomás Eloy Martínez para ver hasta qué punto fue surrealista y compleja la vida y la muerte de Eva Perón, aquella mujer que amaba tanto la riqueza como a los pobres y a la que gustaba tanto visitar los barrios de chabolas de cada ciudad que visitaba, en compañía de las señoras de los dictadores que tanto le gustaban, respetables exterminadores como Francisco Franco y demás.

Hay que ver, sólo con juntar las perlas que llevaban al cuello Eva Perón y Carmen Polo se habría alimentado a media Somalia. Las aventuras del cadáver de Evita, que fueron extrañas, lúgubres y en algunos casos más que vergonzosas, la hicieron pasar por Madrid, y de hecho la muerta estuvo durante un tiempo muy cerca de mi casa, en el domicilio de Juan Domingo Perón y de su nueva esposa, la pobre María Estela Martínez, en la colonia Puerta de Hierro. Aquí vino el cadáver embalsamado, al que habían cortado un dedo para tomarle las huellas dactilares y al que alguien había acuchillado en algún momento de su viaje por el mundo de los vivos. ¿Qué creería estar apuñalando el agresor, el alma perturbada y perturbadora de Evita? Supongo que para muchos era una santa o una mártir en la misma medida en que para otros era el demonio. Una versión bella y sofisticada del demonio.

Durante muchos años, cuando pasaba por delante de la casa donde estuvieron la muerta y su antiguo vivo -y donde se dice que, por orden de Perón, un brujo intentaba sacar el espíritu del cuerpo de Evita para metérselo dentro a María Estela-, me encontraba de vez en cuando con turistas argentinos llenos de nostalgia que me pedían amablemente que les hiciera una fotografía delante de la casa de Juan Domingo Perón. Ahora, el cuerpo virtual de Evita se mete de vez en cuando en gente que va de Madonna a Paloma San Basilio, pero su cuerpo real está enterrado en Buenos Aires, y la casa, al parecer, ha sido comprada y reconstruida por un célebre ex futbolista argentino del Real Madrid.

Han pasado cincuenta años y el Madrid que visitaron Eva Perón y su cadáver parecen tan lejanos, pero ella parece estar muy presente, incluso en la memoria de quienes no la conocieron o la han conocido a través de las películas, los espectáculos musicales o los libros que se han hecho sobre ella. A Franco tampoco se lo llevó del todo el diablo y su estatua sigue envenenando el aire de Nuevos Ministerios. Algunos muertos se mueren para siempre, pero otros no. ¿Por suerte o por desgracia?

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