Entrevista:Ed Ruscha

'En arte, todo lo que molesta es bueno'

Es uno de los pintores vivos con una voz más propia. Formado como grafista y fascinado por la horizontalidad de Los Ángeles, su ciudad de adopción desde hace más de 40 años, los lienzos de Ed Ruscha (Omaha, Nebraska, 1937) son paisajes-letrero. La atracción por el dédalo de autopistas que rodea la capital californiana y por los territorios urbanos más descuidados se mezcla con las palabras en los cuadros de este artista que se inició en la pintura cuestionando el expresionismo abstracto. A pesar de que Ruscha lleva más de 30 años mostrando su obra en los grandes museos del mundo, ésta es la pr...

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Es uno de los pintores vivos con una voz más propia. Formado como grafista y fascinado por la horizontalidad de Los Ángeles, su ciudad de adopción desde hace más de 40 años, los lienzos de Ed Ruscha (Omaha, Nebraska, 1937) son paisajes-letrero. La atracción por el dédalo de autopistas que rodea la capital californiana y por los territorios urbanos más descuidados se mezcla con las palabras en los cuadros de este artista que se inició en la pintura cuestionando el expresionismo abstracto. A pesar de que Ruscha lleva más de 30 años mostrando su obra en los grandes museos del mundo, ésta es la primera ocasión en la que, con Richard Marshall como comisario, ordena su trabajo en torno a Los Ángeles, su fuente de inspiración.

'Prefiero despertar otras sensaciones: evocar, incitar... Mi interés no es nunca político ni reivindicativo'
'Me interesan las cosas cuya historia no se ha contado: las gasolineras, por ejemplo'
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PREGUNTA. Su musa, la ciudad de Los Ángeles, protagoniza esta muestra.

RESPUESTA. Esta exposición retrata mi relación con Los Ángeles, con su cultura, con su arquitectura, con su cotidianidad, y mi experiencia en las autopistas que rodean la ciudad. Siento una atracción casi narcótica hacia Los Ángeles, que no sabría explicar. Tal vez sea porque este lugar es muy distinto al de mi infancia. Cuando llegué, en 1956, me fascinó la decadencia de lo nuevo y, desde entonces, no me he movido.

P. La decadencia no se refleja en su trabajo.

R. A veces sí. Me interesan cosas que a la mayoría de la gente les pasarían inadvertidas. Los objetos silenciosos, lo anónimo, lo olvidado. No con un ánimo reivindicativo, sino porque esas cosas me cuentan historias, me dicen cosas. Me motivan como artista.

P. ¿No podría encontrar esos objetos en otra ciudad?

R. Posiblemente, pero de Los Ángeles me seduce la horizontalidad. Me fascina como un todo: arquitectura, paisaje y modo de vida (sobre ruedas) redundan y acompañan la idea de infinito. La ciudad tiene más de explosión que de construcción. Los límites se pierden a la mirada y esa situación condiciona una manera de ver.

P. ¿En otro lugar no pintaría lo mismo?

R. La ciudad y el país en el que vivo han condicionado mi manera de ver, eso es innegable, pero quiero pensar que, con todo, la mirada es mía y esa mirada te la dan otras cosas, la infancia fundamentalmente. De lo contrario, vería igual todo el país.

P. Con frecuencia ha experimentado con los límites del arte. ¿Cree que éstos han cambiado a lo largo de su trayectoria?

R. Objetivamente sí. Pero no creo que mi trabajo, a pesar de sus variaciones formales, se diferencie mucho del que hacía hace 30 años. Lo atraviesa un hilo: el mundo que me rodea y mi continua sorpresa ante él.

P. Pero el mundo sí ha cambiado en cuarenta años.

R. Nos pasamos la vida lamentando que las cosas cambian, pero en esencia, cambian poco. Cambiamos nosotros, pero seguimos sin entender las mismas cosas. En el fondo, el mundo es siempre el mismo: a la vez un lugar terrible y una inagotable fuente de inspiración.

P. Si sus trabajos reflejan su manera de entender el mundo, ¿cómo explica sus cambios formales en un mundo que cambia poco?

R. Para mí, el arte es un camino para tratar, si no de comprender, por lo menos de ver el mundo. Y cada pintura, cada fotografía, es un paso más, hacia un conocimiento inagotable y, por tanto, inaccesible.

P. ¿Por qué eligió la pintura como medio para ese conocimiento?

R. Me siento mejor trabajando en dos dimensiones. Me interesa la imagen plana como interpretación del mundo, no como sustitución de éste.

P. Usted trabajó como grafista y utiliza las palabras como parte de sus cuadros. ¿Qué separa un buen letrero de una obra de arte?

R. La falta de compromiso. Un cartel debe referir a algo inmediato, una palabra en un cuadro evoca, sugiere o no, pero no nombra nada. No puede haber confusión.

P. Sus palabras pintadas buscan sorprender, romper tópicos, y para ello se valen de los tópicos, de la cultura popular.

R. Me interesan las cosas cuya historia no se ha contado: las gasolineras, por ejemplo. Son elementos de la cultura cotidiana que hemos dejado de ver. Siento que mi obligación es contar su historia.

P. Otros artistas que utilizan palabras (Jenny Holzer, Barbara Kruger) lo hacen para denunciar algo.

R. Yo prefiero despertar otras sensaciones: evocar, incitar... Mi interés no es nunca político ni reivindicativo. Mi fascinación por las palabras arranca, más que de su mensaje, de su escala. Una flor tiene un tamaño, lo mismo que un rostro o una mano, pero una letra no, puede tener cualquier tamaño y el propio tamaño de la letra se convierte en parte del mensaje que ésta transmite.

P. Usted valora el misterio como la cualidad fundamental en una obra de arte. ¿A quién pertenece ese misterio, al autor o al espectador?

R. Cuando termino una obra, ésta comienza su vida propia fuera de mi control como autor. Cuanta más gente la ve, más crece la pieza. El arte no se completa sin esas dos miradas procedentes de lados opuestos. Me interesa la pintura como un medio para el pensamiento, por eso no sería capaz de crear piezas que sólo admitieran una lectura.

P. El desconcierto es otra de las cualidades que usted valora en una obra. Hoy hay artistas que desconciertan exponiendo vacas muertas, pero con todo, desconciertan más sucesos de la vida real, como el ocurrido el 11 de septiembre. ¿Todavía cree necesario desconcertar?

R. En arte, todo lo que molesta es bueno, positivo. Hasta dónde debe, o puede alcanzar esa molestia es algo que los artistas deciden. Ellos nos dirán lo que es el arte en cada momento. No se trata tanto de una decisión como de un logro. No hay que poner límites a lo que alguien quiera llamar arte. Ante lo que ocurre en la vida hay quien se desmoraliza y cree que está todo dicho, que no queda nada por hacer ni decir. Yo no pienso así. Creo que toda la vida son ciclos, grandes del mundo y pequeños de las personas, y que uno redescubre cosas que ni siquiera había visto. Por eso siempre es posible hacer algo nuevo, decir algo nuevo.

P. Usted mismo dejó de pintar a principios de los setenta. Su carrera estaba consolidada. Había expuesto en la Bienal de Venecia y en numerosos museos, pero declaró no tener ya nada que decir. ¿Qué le devolvió la inspiración?

R. Seguramente la soledad. Me cansé de pintar. Dejé de hacerlo durante un año. Luego un día comencé a empapar el lienzo con pigmentos y ese inicio azaroso fue el principio de una serie de trabajos que llamé Stains (manchas). A partir de ahí recuperé el interés por la pintura y empezaron a salirme otras cosas. No he vuelto a dejar de pintar. No porque no dude, muchas veces pinto dudas.

P. ¿Qué le interesa en una obra de arte?

R. El click. Es un misterio y, por tanto, es difícil ser articulado a la hora de expresarlo. De repente algo te llama, te llega, te seduce, te habla, es el click. Ese click puede llegar en cualquier momento, de cualquier lugar, no sólo de una supuesta obra de arte. Por eso un espectador puede llegar a apasionarse tanto como un artista

Ed Ruscha: Made in Los Angeles. Palacio de Velázquez. Parque del Retiro. Madrid. Hasta el 30 de septiembre.

El pintor estadounidense Ed Ruscha muestra en sus obras la decadencia y la desolación del paisaje urbano.

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