Reportaje:

Un Pegaso de millón y medio

El mítico caballo aparece en uno de los últimos billetes de la colección de EL PAÍS

Hace 99 años, se imprimía en los talleres del Banco de España un billete de 100 pesetas, que era una cantidad estimable. Los técnicos del banco pusieron todo el esmero del que eran capaces para impedir que se falsificara. Así, incluyeron fibrillas de seda teñidas de color, una medida de seguridad que se creía imposible de reproducir. Pero estaban en un error porque muy pronto los monederos falsos sacaron su mercancía a la calle. Las autoridades monetarias pronto se dieron cuenta, y de los cuatro millones de unidades que se habían impreso, 440.000 fueron quemadas y retiradas las que esta...

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Hace 99 años, se imprimía en los talleres del Banco de España un billete de 100 pesetas, que era una cantidad estimable. Los técnicos del banco pusieron todo el esmero del que eran capaces para impedir que se falsificara. Así, incluyeron fibrillas de seda teñidas de color, una medida de seguridad que se creía imposible de reproducir. Pero estaban en un error porque muy pronto los monederos falsos sacaron su mercancía a la calle. Las autoridades monetarias pronto se dieron cuenta, y de los cuatro millones de unidades que se habían impreso, 440.000 fueron quemadas y retiradas las que estaban en manos de los ciudadanos. Quizá por esta razón, hoy uno de estos billetes nuevos vale casi 1.500.000 pesetas entre los coleccionistas.

El facsímil, que se entrega el martes, es uno de los cuatro últimos que componen la colección de 40 de El papel de la peseta II, y que, como todos los demás, se puede encontrar gratis de lunes a jueves entre las páginas de cada ejemplar de EL PAÍS. Está impreso en tonos marrones claros; por el anverso tiene un fogonero y una caldera de vapor; por el reverso, la madrileña estación de Atocha y el mítico caballo volador Pegaso, aquél que el joven semidiós griego Belerofonte quiso montar y, cuando pudo conseguirlo gracias a una brida especial, pensó convertirse en dios y lo perdió todo. Una fábula que podría aplicarse al dinero.

Diez años antes, en 1893, se había puesto en circulación otras 100 pesetas. Se trataba del primer papel moneda que salía de los talleres del Banco de España, sitos en la plaza de la Cibeles. El nuevo edificio del banco se inauguró en 1891, justo en el solar en el que el marqués de Alcañices y duque de Sesto, ex alcalde liberal de Madrid, preceptor, confidente y alcahuete de Alfonso XII, había tenido su palacio. Este billete, que estuvo en uso hasta 1911, vale actualmente 150.000 pesetas y se desconoce la tirada. Tiene como ilustración el retrato de Jovellanos realizado por Martínez Aparisi, que fue muy utilizado en otros billetes hasta el fatídico año de 1898. Es una figura muy apta para estos menesteres, por cuanto Jovellanos había encarnado las ideas de la Ilustración, la modernización del país y, a partir de 1808, la lucha contra el invasor napoleónico. Había nacido en Gijón en 1744 y falleció en el puerto asturiano de Vega en 1911. Fue ministro de Justicia y luego encarcelado en 1800.

Los dos últimos billetes de esta serie (de 1 y de 1.000 pesetas) se imprimieron en 1951. El de 1 peseta reúne las circunstancias de que era la primera vez que se utilizaba papel nacional y se incorporaba un número delante de la letra de la serie, al no ser suficiente todo el alfabeto. No es de extrañar, pues de esta peseta se fabricaron 191 millones de unidades y se utilizaron del 11 de mayo de 1952 a 1971. El valor actual es bajo, unas 500 pesetas. Estaban ilustradas con el busto de don Quijote, tocado con la bacía del barbero.

El de 1.000 pesetas, de color verde, ofrece al pintor Joaquín Sorolla (1863-1923), ya de anciano, con un cuadro suyo en el reverso, La fiesta del naranjo. Se trataba, en cierto modo, de recuperar la imagen del artista, que había sido utilizada para el mismo menester en un billete de la guerra por la II República.

La propaganda era la tónica española en este año de gracia de 1951, hasta el punto de que el 19 de julio se creó el Ministerio de Información y Turismo, que tanto daría que hablar. El primer ministro del ramo fue Gabriel Arias Salgado, del que se dice que estaba muy contento porque con la férrea censura impuesta se salvaban más almas que nunca.

No obstante, fue el año de la famosa huelga de tranvías de Barcelona, que en Madrid fracasó, y que hizo que el mismo jefe del Estado, general Franco, manifestase: 'La huelga es un delito'. Y en el plano de la diversión y el escapismo, con estos billetes de 1.000 se pagaron los millones del fichaje de Ladislao Kubala por el Fútbol Club Barcelona (aún no se había popularizado el término Barça fuera de Cataluña).

Así se completan los 80 billetes que EL PAÍS ha entregado en dos colecciones en lo que va de año, y que tan excepcional acogida han tenido entre los lectores del periódico.

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