Columna

El casamentero

Dicen que todavía son muchos los madrileños que creen en los milagros, y el primero el arzobispo, seguido del alcalde, así que el pasado día 13 debieron de ir a San Antonio de la Florida a poner a prueba al santo. Pero antes, para entenderse mejor, digo que se darían una vuelta por la Fundación Telefónica a instruirse en la fábrica de milagros de un monasterio de Karelia que, para desenmascarar la superchería, nos presenta Fontcuberta en una magnífica exposición. Aunque preveo que algo incómodo debió de encontrarse el regidor este año en su fervor al tener que hacerlo compatible con el anticle...

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Dicen que todavía son muchos los madrileños que creen en los milagros, y el primero el arzobispo, seguido del alcalde, así que el pasado día 13 debieron de ir a San Antonio de la Florida a poner a prueba al santo. Pero antes, para entenderse mejor, digo que se darían una vuelta por la Fundación Telefónica a instruirse en la fábrica de milagros de un monasterio de Karelia que, para desenmascarar la superchería, nos presenta Fontcuberta en una magnífica exposición. Aunque preveo que algo incómodo debió de encontrarse el regidor este año en su fervor al tener que hacerlo compatible con el anticlericalismo de derechas que han desatado los suyos desde que los obispos, ingratos, no les dan la razón en todo. Y hasta se la quitan en asuntos tales como la persecución del inmigrante a porrazos, con lo que no se descarta que también san Antonio esté dolido por pobre portugués y arrope al niño de sus brazos, un judío ilegal, ante la amenaza de Rajoy. Pero ni por esas va a dejar el alcalde de tratar de hacerse con los favores del que si es santo casamentero lo será para favorecer matrimonios de toda la vida como el suyo, que nuestro dinero nos cuesta, o como los que él defiende.

Posiblemente no queden ya modistillas en Madrid de las de antes para depositar alfileres en la pila del agua bendita al tiempo que le piden al santo un novio, pero gente sola y con ganas de casarse no falta, de modo que es probable que alguien prefiera aún las artes de san Antonio para buscar pareja que las de una agencia matrimonial. Y pensaba yo que con lo que ha cambiado el mundo y el concepto de familia y de pareja san Antonio habría renovado su negociado a estas alturas, pero al oír a Ana Botella decir que sólo hay familia donde una mujer como ella y su marido la establecen, y al presidente de la Asamblea de Madrid, señor Pedroche, condenar el divorcio como una peste para tan hermosa institución, desterré de mí la idea de que el santo, al menos tan antiguo y tan de derechas como ellos, pueda echarle una mano a cualquier divorciada que le pida otro hombre para su cama y no digo al hombre que vaya a pedirle un novio que lo lleve al altar.

Mi amigo Pedro Zerolo tendrá que publicar una pastoral en la revista Shangai para convencer a aquellos gays y lesbianas que, sin haber visto aún la exposición de Fontcuberta, con apariciones y todo, traten de comprometer el favor de san Antonio para formar una pareja de hecho o para que el juez los convierta en matrimonio. Y él mismo deberá abstenerse de solicitar del santo el milagro de la boda homosexual por la que lucha, ingenuo, en estos tiempos de regresión en los que incluso el divorcio puede volver a ser para el PP un asunto de actualísimo debate. Además, si al santo casamentero se le tuviera por protector de la familia, y si hace de celestial celestina,no será para dejar luego tirados a los que junta, bueno es que se sepa que si hay una que no obedezca a lo que Botella, Manzano o Pedroche tienen por tal, quedará rota la póliza de seguro que la protección de san Antonio le suponga. Las solteras con hijos se entiende que están excluidas ya del patronazgo, no sólo porque lo monoparental repela a doña Ana, sino porque han pasado del santo. Y no digamos nada de ese cura de Segovia que ha adoptado a un niño: mal puede entender el milagrero que sea una familia eso si no fue el cura antes a pedirle matrimonio a su ermita de la ribera del Manzanares. Nada que hacer con san Antonio, pues, si de noviazgos modernos se trata, ahora que la palabra novio empezaba a rehabilitarse. Menos mal que se le implora también cuando se pierde algo, pero es necesario saber antes lo que se ha perdido. Y como no se sabe si hemos perdido la democracia o el norte, en caso de llegar a averiguarlo podríamos pedirle que nos ayude a encontrar nuestro tiempo ahora, cuando las voces de las cavernas -Botella, Pedroche- nos han convencido de que lo hemos perdido y nos han instalado en su pasado. Y que conste que sé a lo que me arriesgo con este artículo: a que san Antonio escriba una carta al periódico y me recrimine que lo relacione en su forma de pensar en la gloria con gente que siendo menos antigua que él es notoriamente más reaccionaria. Y hasta es posible que me invite a comprobar en Chueca qué buenos novios dio a los chicos que se lo pidieron y qué estupendas familias de chica con chica ha conseguido. Eso sí, me rogaría que no se lo contara a Ana Botella para no meterlo en compromisos con los Legionarios de Cristo o con sus influyentes amigos del Opus.

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