Crítica:CRÍTICAS

La ley de la indecencia

El director de engendros de lujo Adrian Lyne -habilidoso simulador, que busca forrarse dando el pego, haciéndose pasar por flagelador de la falsa moral de Hollywood, cuando su cine es un saco de moralinas- se esfuerza ahora en escapar del descrédito que rodea a su obra y busca abordar asuntos más nobles que los que le dieron dinero y celebridad. Pero sigue sin escapar de la lógica del infame triángulo que trazó años atrás con aquel pornillo blando y de papel cuché, barnizado y falsario, de Nueve semanas y media; aquel susto pijo de la feroz dama castradora de Atracción fatal y aq...

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El director de engendros de lujo Adrian Lyne -habilidoso simulador, que busca forrarse dando el pego, haciéndose pasar por flagelador de la falsa moral de Hollywood, cuando su cine es un saco de moralinas- se esfuerza ahora en escapar del descrédito que rodea a su obra y busca abordar asuntos más nobles que los que le dieron dinero y celebridad. Pero sigue sin escapar de la lógica del infame triángulo que trazó años atrás con aquel pornillo blando y de papel cuché, barnizado y falsario, de Nueve semanas y media; aquel susto pijo de la feroz dama castradora de Atracción fatal y aquella insuperable indecencia cinematográfica titulada Una proposición indecente.

Quiso Lyne meterse en honduras y hace tres años organizó, en un insolente un tú a tú con la memoria de Stanley Kubrick y Vladimir Nabokov, una nueva Lolita, que desembocó en un penoso ejercicio de tosquedad e incapacidad. Y ahora, tras el fracaso de aquel patinazo de su desvío a las alturas, nos regala Lyne la cavernícola moralina, como siempre en él inundada de brillantina, de Infiel, en la que vuelve a los rentables caminos trillados de su más ramplona obra precedente, pero esta vez con las cautelas de lo 'políticamente correcto', cubriéndose las espaldas con un guión muy bien organizado y lleno de cálculos milimétricos, en el que el magnífico Alvin Sargent (¡nada menos que Julia y Gente corriente!) y el amanuense William Broyles ponen en sus manos un juego de bruscos giros a lo inesperado, de sorprendentes saltos hacia la sorpresa, de choques y mezclas de géneros, escrito con gran dominio del oficio y a la medida de la cámara tramposa de Lyne. Y el resultado es un astuto filme-trola, que entra en la más exigente antología de la pantalla hipócrita, esa que hace pasar las caricias por latigazos y da a la blandura una, cinematográficamente indecente, cáscara de dureza.

INFIEL

Dirección: Adrian Lyne. Guión: Alvin Sargent y William Broyles. Intérpretes: Richard Gere, Diane Lane, Olivier Martinez, Chad Lowe, Kate Burton, Margaret Collin. Género: drama. Estados Unidos, 2002. Duración: 120 minutos.

Adrian Lyne organiza una expedición punitiva al corazón de un adulterio incausal de proporciones cósmicas, pues la pasión se desata en medio de una mágica y enorme ventolera que envuelve al Village neoyorquino. Los vértices del triángulo son una elegante dama cuarentona -Diane Lane, que borda al único ser vivo del tinglado-, que tiene una vida matrimonial satisfactoria pero enjaulada, y un joven librero treintañero guapo, libre, culto, inteligente, juguetón, divertido, ingenioso, jodedor, bohemio y, como guinda, francés de diseño -que compone, con una lluvia de tics publicitarios, Olivier Martínez- y que choca en contrapunto con la elegante e incluso fascinante presencia del marido -un muñeco al que quiere y no puede mantener en pie Richard Gere-.

El encuentro sexual entre la dama neoyorquina y el guapo francés se le ha caído a Lyne de una página de sus aficiones al porno blando y, al filmarlo recordado por la mujer en cucas dosis graduadas, resulta tan gratificante para la infortunada gozadora adúltera, que la pobre ha de pagar hasta el fondo la oscura culpa de su insolencia, al tener un orgasmo extramatrimonial tan largo y fuerte. Porque no hay en la historia del cine, que está llena de polvos y de lodos, un coito con tan funestas (y si bien se mira tan ridículas) consecuencias como éste.

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