OPINIÓN DEL LECTOR

Cumbres borrascosas para las ciudades

Desde épocas lejanas las visitas de reyes, embajadores y personajes de Estado a las ciudades trajeron consigo decoraciones efímeras, iluminaciones extraordinarias y ceremonias deslumbrantes. Las crónicas de la entrada en Sevilla de Alfonso XI, Don Fernando de Antequera, los Reyes Católicos, el emperador Carlos V, Felipe II o Felipe V hablan de arcos triunfales, colgaduras, carrozas simbólicas, luminarias en la Giralda... Ante la Puerta Real (la de la Macarena o la de Goles) los soberanos juraban respetar los fueros de la ciudad mientras la ciudad esperaba que de la visita de derivaran benefici...

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Desde épocas lejanas las visitas de reyes, embajadores y personajes de Estado a las ciudades trajeron consigo decoraciones efímeras, iluminaciones extraordinarias y ceremonias deslumbrantes. Las crónicas de la entrada en Sevilla de Alfonso XI, Don Fernando de Antequera, los Reyes Católicos, el emperador Carlos V, Felipe II o Felipe V hablan de arcos triunfales, colgaduras, carrozas simbólicas, luminarias en la Giralda... Ante la Puerta Real (la de la Macarena o la de Goles) los soberanos juraban respetar los fueros de la ciudad mientras la ciudad esperaba que de la visita de derivaran beneficios y honras: había un pacto entre las partes.

Mucho han cambiado los tiempos a juzgar por el panorama que los sevillanos podemos contemplar y soportar en estos días previos a la visita de los jefes de Estado y de gobierno europeos del día 21 de junio próximo. En lugar de arcos de triunfo, el centro de la ciudad está atravesado por una inmensa alambrada que dividirá la zona reservada a los mandatarios de la que se deja, o se impone, a los ciudadanos de a pie.

La antigua relación dialéctica entre visitantes y visitados se ha roto y, además, unilateralmente puesto que, en esa circunstancia, parece ser que los ciudadanos no tenemos nada que decir; el espacio urbano a cuyas puertas se paraban los reyes para jurar respetarlo está dejando de ser un ámbito que pertenezca, en primer lugar, a sus moradores y a las autoridades que los representan.

Las ciudades que, en el ámbito europeo, plantaron la semilla de las libertades están siendo claramente agredidas no sólo ambiental sino también en su condición de hacedoras de ciudadanos por esta clase de eventos que en nada las benefician y que, en la era de la tan traída y llevada globalización podrían ser sustituidos por reuniones virtuales o realizadas en lugares menos habitados.

Parece como si, cuando se avanza en la disolución de las viejas formas de estados nacionales, existiera el propósito de anular un polo político que podría renacer: el de ciudades cada vez con más personalidad y más dueñas de su espacio.

No soy un experto en el Derecho Municipal pero creo que, de aquí en adelante, alguna resolución deberían tomar los ayuntamientos. Pero, mientras tanto, los ciudadanos podríamos recuperar el viejo lema usado para las centrales nucleares y las bases militares y, a partir de ahora, decir: ¿Cumbres? No, gracias.

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