Crítica:CRÍTICAS

Beatriz y los hombres

Hay que pasar por varias barreras hasta llegar al corazón significante de esta extraña película, un inquietante ejercicio de funambulismo que, por fortuna, nunca cae del todo en el ridículo. Una es su aspecto 'conozca usted México', un rebrote nacionalista de exhibición de paisajes digno de mejor causa, que sitúa a la película en la empalagosa senda de Memorias de África y que, de paso, permite al operador Gabriel Figueroa Flores un lucimiento un tanto vacío en relación a lo que la película cuenta. Otra es un, a ratos, agobiante espíritu poetizante, que confunde.

Pero pasadas est...

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Hay que pasar por varias barreras hasta llegar al corazón significante de esta extraña película, un inquietante ejercicio de funambulismo que, por fortuna, nunca cae del todo en el ridículo. Una es su aspecto 'conozca usted México', un rebrote nacionalista de exhibición de paisajes digno de mejor causa, que sitúa a la película en la empalagosa senda de Memorias de África y que, de paso, permite al operador Gabriel Figueroa Flores un lucimiento un tanto vacío en relación a lo que la película cuenta. Otra es un, a ratos, agobiante espíritu poetizante, que confunde.

Pero pasadas estas duras estaciones de paso, lo cierto es que Demasiado amor termina resultando un manifiesto pasablemente feminista -cortesía, es probable, de la coguionista y productora, Eva Saraga-, un curioso, original retrato de mujer libre que recuerda, aunque sea sólo en la superficie, a trabajos más o menos recientes de directoras como María Novaro o Dana Rotberg. Una reivindicación de una vida vivida sin demasiadas concesiones a la galería por parte de una mujer, Beatriz (la solvente Karina Gidi, un papelazo), que trata a los hombres con una desarmante naturalidad.

DEMASIADO AMOR

Director: Ernesto Rimoch. Intérpretes: Karina Gidi, Ari Telch, Daniel Martínez, Martín Altomaro, Raúl Méndez, Xavier Elorriaga. Género: drama, México-España, 2000. Duración: 100 minutos.

La ausencia de una voluntad evidente de discurso no empaña; antes bien, refuerza la direccionalidad con que la película va penetrando lentamente en el ánimo del espectador, un logro considerablemente difícil de obtener y que el fotógrafo publicitario Ernesto Rimoch se apunta en esta su primera comparecencia en nuestras pantallas.

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