Crítica:CRÍTICAS

Retrato tenebroso

A mediados de los sesenta, la policía detuvo en Nueva York a un nazi que respondía por el impagable nombre de Daniel Burros: nada nuevo en aquellos movidos tiempos si no fuese por tres peculiaridades: una, además de miembro del Klu Klux Klan, Daniel era judío; dos, lo negó denodadamente cuando fue interrogado por un periodista de The New York Times, hasta el punto de amenazar con suicidarse si se publicaba que lo era; y tres, tal vez el elemento más inquietante, iba constantemente con una faja rabínica debajo de su ropa, que no abandonaba ni siquiera cuando se dedicaba a profanar sinago...

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A mediados de los sesenta, la policía detuvo en Nueva York a un nazi que respondía por el impagable nombre de Daniel Burros: nada nuevo en aquellos movidos tiempos si no fuese por tres peculiaridades: una, además de miembro del Klu Klux Klan, Daniel era judío; dos, lo negó denodadamente cuando fue interrogado por un periodista de The New York Times, hasta el punto de amenazar con suicidarse si se publicaba que lo era; y tres, tal vez el elemento más inquietante, iba constantemente con una faja rabínica debajo de su ropa, que no abandonaba ni siquiera cuando se dedicaba a profanar sinagogas o a apedrear a negros e hispanos.

Denunciada su condición tan celosamente guardada, Daniel cumplió su palabra y se suicidó al día siguiente de que el diario publicara el reportaje sobre su rara condición poliédricamente esquizoide: judío antisemita, religioso vergonzante, compulsivo racista.

EL CREYENTE

Director: Henry Bean. Intérpretes: Ryan Gosling, Summer Phoenix, Glenn Fitzgerald, Theresa Russell, Billy Zane. Género: drama, EE.UU., 2001 Duración: 98 minutos.

Henry Bean recordó hace unos meses la historia y, con la ayuda de su esposa judía, la guionista Leora Barish (Buscando a Susan desesperadamente), recreó la vida de Daniel, pero con algunos puntos de divergencia sobre la peripecia original. El producto es este filme inclasificable, absorbente e hipnótico, como lo suele ser, por otra parte, cualquier cuadro de demencia, y más si, como es el caso, se articula desde un discurso verbal coherente, al tiempo que abyecto y repulsivo.

Bean se acerca a Daniel (un impactante desconocido, Ryan Gosling, que borda su papel de desquiciado autocontrolado y sufridor) con respeto, pero sin dejar de juzgarlo desde la dimensión moral en que debe hacerlo cualquier demócrata, cualquier ser humano sensato, a decir verdad. El resultado es un filme que oscila siempre entre la angustia por lo que se cuenta -Daniel provoca mucho dolor, pero es también víctima de su enfrentamiento... con Jehová, nada menos- y la implacable explicación de un caso clínico.

De la maestría con que está narrada la historia, sin concesiones a la violencia fácil, pero con ejemplar hondura en la explicación de la personalidad del racista, da probada constancia los premios que la película lleva cosechando en el último año, el más importante de los cuales es del Festival de Sundance, por una vez coherente con una película hecha desde la más absoluta independencia, sin temores a ser mal interpretada porque, en el fondo, su estrategia es ejemplarmente clara: dejar que el espectador sea quien establezca el diagnóstico sobre tan peculiar, raro, desconcertante, execrable personaje.

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