Gran Premio de Austria de fórmula 1 | AUTOMOVILISMO

Una cuestión de formas

Es una simple cuestión de formas. Algo fundamental. Da la casualidad de que en este juego -y en casi todos- el fondo está en las formas. Tal vez me equivoque y las formas ya no tengan nada que ver con cierta épica, con cierta ética e incluso con cierta estética. No lo creo. Tengo la impresión de que son las formas las que nos están diciendo que esto es lo que hay; que hay que ganar a toda costa, por encima de todo; que todo vale; que al enemigo ni agua y que las reglas las ponen los vencedores. Como decía un seguidor de Pinochet: 'La historia es una sola y la escribimos nosotros'.

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Es una simple cuestión de formas. Algo fundamental. Da la casualidad de que en este juego -y en casi todos- el fondo está en las formas. Tal vez me equivoque y las formas ya no tengan nada que ver con cierta épica, con cierta ética e incluso con cierta estética. No lo creo. Tengo la impresión de que son las formas las que nos están diciendo que esto es lo que hay; que hay que ganar a toda costa, por encima de todo; que todo vale; que al enemigo ni agua y que las reglas las ponen los vencedores. Como decía un seguidor de Pinochet: 'La historia es una sola y la escribimos nosotros'.

No había ninguna razón de peso para desvirtuar la justa conclusión de la carrera, y menos con una orden tan visible, tan obvia, tan insultante. Barrichello había sido el mejor durante todo el fin de semana; en todos los entrenamientos y de manera abrumadora durante la carrera. Se trataba de acumular cuatro miserables puntos en la cuenta del supermegacalifragilístico y etcétera. Cuatro puntejos en el comienzo de una temporada, cuando ya lleva casi 20 de ventaja al segundo. Frank Williams no se hubiera molestado ni en pensar en ello, por no hablar de lo que le habría pasado a Ron Dennis si se le hubiera ocurrido dar una orden similar cuando Ayrton Senna y Alain Prost convivían, muy apretados, en McLaren.

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Incluso en Ferrari, donde siempre se ha mantenido un cierto espíritu de equipo en el sentido de que lo importante era la escudería y no el piloto, no creo que nadie se atreviera a dar una orden a Gerhard Berger para que dejara pasar a Jean Alesi. Todo lo más, a final de año, con el título en juego, y sin evidencias. Y aún así hubiera habido críticas.

De lo sucedido ayer queda un consuelo: la cara que se le puso a Michael Schumacher; los silbidos; el número del podio con el brasileño casi saludando en posición marcial mientras sonaba la marcha de Haydn. Vamos; una vergüenza. Las culpas caerán posiblemente sobre el francés Jean Todt o el inglés Ron Brown; se dirá del primero que como dirigió un equipo de rallies se le quedó pegada cierta manera de actuar. Se dirá del segundo que haría cualquier cosa por ganar. Yo creo que el responsable del desaguisado no es otro que Michael Schumacher, un tipo que nunca ha compartido nada con nadie, que es, en sí mismo, un equipo. Que tal vez viva con la máxima nietzschiana que proclama: 'El que tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo'.

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