Columna

El orden

Suponemos que si llegara a oídos de García Ancos que una empleada de supermercado no se ha dejado tocar el culo por su jefe, iniciaría diligencias de oficio contra ella. Y nos imaginamos perfectamente el interrogatorio: '¿Usted por qué no se ha dejado manosear por el jefe de departamento de charcutería, pese a irle en ello el pan de sus hijos? ¿Acaso está buscando que este tribunal le retire la custodia de los niños?'. El tal García Ancos, que no sabemos cómo ha llegado a fiscal jefe de Castilla y León (y la verdad es que nos da miedo averiguarlo), tiene dentro de su cabeza una organización so...

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Suponemos que si llegara a oídos de García Ancos que una empleada de supermercado no se ha dejado tocar el culo por su jefe, iniciaría diligencias de oficio contra ella. Y nos imaginamos perfectamente el interrogatorio: '¿Usted por qué no se ha dejado manosear por el jefe de departamento de charcutería, pese a irle en ello el pan de sus hijos? ¿Acaso está buscando que este tribunal le retire la custodia de los niños?'. El tal García Ancos, que no sabemos cómo ha llegado a fiscal jefe de Castilla y León (y la verdad es que nos da miedo averiguarlo), tiene dentro de su cabeza una organización social en la que las clases trabajadoras se distinguen de las clases medias en que las primeras no pueden hacer con su culo lo que les venga en gana, sino lo que decida su patrón.

Resulta muy tranquilizador vivir en un país en el que los tocaculos están protegidos por las instituciones públicas. En cualquier otro sitio, un tocador de señoras sería perseguido por acosador sexual y se taparía la cara con un jersey al entrar en la Audiencia. Y un fiscal partidario de someter a este tipo de humillaciones a las trabajadoras no cualificadas habría sido apartado fulminantemente de la carrera. Aquí nos hemos limitado a apartarle del caso, y porque no pidió disculpas (aún va diciendo por ahí que cuando acosaba como un violador a la testigo sólo buscaba la verdad). Sabíamos, por las extravagancias de Cardenal, cómo se llega a fiscal general del Estado, pero no teníamos ni idea de lo que había que estudiar para ser fiscal jefe de Castilla y León.

Ya lo sabemos, y hemos de decir, por utilizar un lenguaje que no desmerezca del de García Ancos, que estamos acojonados. Este individuo nos ha sumido en una inseguridad jurídica notable. El Gobierno debería aprovechar las reformas en curso para dejar bien claro a partir de qué nivel académico o laboral una trabajadora podría negarse a que le toquen el culo. García Ancos vive en un mundo en el que los jefes pueden disponer de una parte u otra de tu anatomía en función del puesto que ocupes en el escalafón. Lo malo es que el mundo de ese peligroso sujeto es el nuestro, por lo que pedimos a las autoridades que se aclaren cuanto antes. Viva el orden.

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