Columna

Vergüenza

HIJO DE UN RABINO de una pequeña localidad polaca, Leoncin, y habiendo nacido en 1904, no hace falta saber demasiada historia del siglo XX para comprender que el destino del escritor Isaac Bashevis Singer, premio Nobel de Literatura en 1978, se presentó como muy negro. Ciertamente su vida no fue, ni mucho menos, fácil hasta que se marchó, en 1935, a Estados Unidos, el país donde residió hasta su muerte, en 1991. Doy estos datos sobre él, porque acaba de aparecer la traducción castellana de su autobiografía, titulada Amor y exilio (Ediciones B), que he leído con apasionada fruición de pr...

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HIJO DE UN RABINO de una pequeña localidad polaca, Leoncin, y habiendo nacido en 1904, no hace falta saber demasiada historia del siglo XX para comprender que el destino del escritor Isaac Bashevis Singer, premio Nobel de Literatura en 1978, se presentó como muy negro. Ciertamente su vida no fue, ni mucho menos, fácil hasta que se marchó, en 1935, a Estados Unidos, el país donde residió hasta su muerte, en 1991. Doy estos datos sobre él, porque acaba de aparecer la traducción castellana de su autobiografía, titulada Amor y exilio (Ediciones B), que he leído con apasionada fruición de principio a fin. Escrita con maravillosa soltura, lo curioso de esta memoria autobiográfica es que su autor la presenta como 'novelada', una licencia que se debe no sólo a que, como apunta Singer, es imposible contar la verdadera vida de una persona, sino a que su 'relato completo sería absolutamente aburrido además de absolutamente increíble'.

En todo caso, la parte que aborda Singer en este libro autobiográfico es la primera y conflictiva de su atribulada existencia, desde sus recuerdos infantiles hasta el momento en que ya se hallaba completamente instalado en Nueva York, a los 35 años. Quizá porque desde que tuvo uso de razón se sintió estigmatizado por pertenecer a un pueblo marcado por el exilio y porque creció mientras se derrumbaban todas las creencias y valores heredados, todo el esfuerzo de Singer se concentró en justificar el sentido de su existencia y de todo lo existente, por insignificante que fuera. De manera que, mientras a su alrededor veía enfrentarse a los credos ideológicos más extremistas y excluyentes, este solitario joven sólo encontró apoyo en la concepción panteísta de la cábala y de Baruch Spinoza, decidiendo además hacerse escritor a través de la familiar lengua yídish, un asombroso tour de force.

Condenado, por tanto, a un triple exilio, racial, político y lingüístico, Singer convirtió el amor -las pasiones- en el tema principal de su vida y su obra literaria, con lo que ambas se vieron inmediatamente afectadas por los aleatorios torbellinos y las sorprendentes paradojas del alma humana. La pasión es, por naturaleza, intrincada, con lo que es lógico que quien escribe sobre ella lo fundamente todo en la intriga. De esta manera, los relatos de Singer, incluido éste de su novelada autobiografía, discurren en medio de un magistral suspense, cuya trama, sin embargo, nos da siempre una sensación de escalofriante verdad como jamás lo logrará la más exhaustiva documentación científica, en la que ni las dudas ni las contradicciones pueden tener lugar. En un pasaje de Amor y exilio, en el que trata de estas cuestiones, Singer afirma que 'el hombre es la única criatura que se avergüenza de ser lo que es' y, a continuación, añade que 'la cultura humana en su conjunto es un enorme esfuerzo por cubrirse y embellecerse; una inmensa y compleja hoja de parra'. Al fin, la grandeza del legado humano es considerarse un ser inaceptable: un patético exiliado en pos de un inalcanzable amor.

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